La Bendición

Está escrito en el Tratado de Berajot: “Todo aquél que tiene provecho de este mundo sin bendecir es como si hurtaría de Di-s y de la Congregación de Israel”.

Y de la misma manera que está prohibido robar, incluso una pequeña cantidad, así también aquel que saltea una letra o una palabra, se considera que roba a Di-s.

Y pobre del hombre si la causa de la omisión es estar sumergido en el acto de la comida como animales que no alaban ni agradecen a su Creador. E incluso cuando se domina a sí mismo, y bendice, arroja la bendición de su boca, como si arrojara piedras.

Mientras habla con su hijo o con su sirviente conversa pausadamente, prestando atención a sus palabras, y al bendecir al Di-s del Universo, en cuyas manos se encuentra la vida de todas las criaturas, se traga las letras y las palabras. Y en vez de concentrarse en la bendición, toda su atención la dedica a observar si el fruto maduró por completo o cosas por el estilo.

Y si el hombre adquiriera sabiduría, comprendería que su pecado es insoportable, ya que en el acto de comer invierte el hombre mucho tiempo, especialmente si se trata de una comida abundante, mientras que la bendición sólo lleva el tiempo necesario para extender su mano al plato y tomar una fruta, y muchísimo menos aun, si otra persona bendice y él sólo debe contestar “Amén”. ¡Y cuán grande es el pecado del que no lo hace!

¿Acaso hay un servicio a Di-s más sencillo? Como está escrito: “Ofrendaremos vacas con nuestros labios”.

Si un vecino le envía un guisado, ¿no se esforzará el hombre en conseguir algún manjar apropiado para enviarle a ese vecino en retribución?, y si no, por lo menos espera que se le presente la oportunidad de ayudarlo en algo, y cuando lo ve se apresura a saludarlo, como un esclavo delante de su señor.

Asimismo, cuando le hacen un favor, siente el hombre la obligación de devolverlo de alguna manera ,y si su compañero fallece antes de que pueda retribuirlo, entonces se ve obligado a retribuir a sus descendientes.

Entonces, cuanto más debemos sentir la obligación de alabar y agradecer con gran amor al Santo, Bendito Sea, que constantemente nos envía un flujo con el cual nos sustenta y nos mantiene. Y está escrito en el Tratado de Berajot 35: Está prohibido que el hombre tenga provecho del mundo sin que bendiga y todo el que tiene provecho sin bendecir, le roba a Di-s. ¿Qué arreglo tiene ? Que vaya a visitar a un sabio ¿En qué lo va a ayudar ?

He aquí que ya cometió la trasgresión.

Debe visitar a un sabio en un principio para que le enseñe las leyes de las bendiciones y evite cometer transgresiones.

En el libro Menorat Hamaor se explica que la persona que come sin bendecir, piensa que con su dinero lo adquirió por completo y a él le pertenece, pero en realidad todo pertenece a Di-s, y él le facilito el dinero para adquirirlo.

Y nos muestra el Talmud una contradicción entre dos versículos, en uno está escrito: “A Di-s le pertenece la tierra y todo lo que contiene”, y en otro “La tierra entregó a los hombres” y contesta el Talmud, que en el primer versículo se habla antes de que la persona bendiga, mientras que en el segundo después de que la persona bendice, es decir, que sólo aquel que bendice adquiere por completo lo que consume.

Se asemeja a un deudor que llega el tiempo en el cual pague su deuda, y carece del dinero necesario para el pago de la deuda, y entonces le pide el acreedor que por lo menos le cante con su agradable voz, y eso vendrá en lugar del pago monetario de la deuda. Por supuesto que el deudor se alegró, y dejó de lado la angustia que lo acompañaba, y está dispuesto a cantarle varias canciones una tras de otra, y sino que está dispuesto a cantarle diariamente en toda ocasión que el acreedor lo requiera, y más aun si su acreedor está dispuesto a facilitarle mercadería a cambio de sus canciones.

Así también el Santo, Bendito Sea, provee constantemente al hombre alimentos y todo lo que necesita, y lo único que se le requiere es que bendiga y todo lo que necesita, y lo único que se le requiere es que bendiga la bendición de los alimentos como pago, lo que no exige mucho esfuerzo.

Por lo tanto no es correcto el comportamiento de aquella persona que se sienta plácidamente a la mesa, y come opíparamente y al llegar el momento de pagar la deuda, al final de la comida, se ve envuelto en la somnolencia, y cuando lo despiertan su mujer y sus hijos, se enfurece con ellos, y si se controla a sí mismo y bendice, sólo mueve sus labios sin que su voz se escuche y, aunque no sea atacado por la somnolencia, de todos modos se ve afectado por la holgazanería, y se abstiene de efectuar el lavado ritual final de las manos, que nuestros Sabios nos ordenaron realizar. Y a pesar que él sostiene que es obligatorio cumplir con las palabras de nuestros Sabios, su proceder es contrario a su creencia; y sus hijos pequeños observan su comportamiento y así harán ellos también cuando crezcan.

Y nos cuenta el Talmud que la abstención de la realización del lavado de las manos para la comida ocasionó que una persona comiera carne de cerdo.

En una época de persecución religiosa, había un judío que vendía carne Kasher y carne de cerdo, para que no sospecharan que era judío. Y acostumbraba que a todo aquel que entraba en su posada y no efectuaba el lavado ritual de las manos, le ofrecía carne de cerdo, pues pensaba que se trataba de un no judío. Mientras que a todo aquel que hacía el lavado ritual de las manos, le ofrecía carne kasher.

Una vez entró un judío y no efectuó el lavado de las manos y le dio carne de cerdo.

Cuando le hizo la cuenta, protestó el cliente que el día anterior le había cobrado mucho más barato. Le explicó que la carne que le sirvió hoy era de cerdo y era mucho más cara.

Yo soy judío y me ocasionaste cometer un grave pecado –le dijo el hombre acongojado.

Por cuanto no vi que efectuaras el lavado de las manos pensé que eras un no judío, se disculpó el posadero.

Otra vez un hombre comió hortalizas, y fue al mercado y su boca y sus manos estaban sucias a causa de la comida. Lo vio su compañero, y fue donde su esposa y le dijo: Entrégame el anillo para tu marido, y la clave que me entregó es que comió hortalizas en el almuerzo.

A la noche cuando retornó su esposo, la mujer le contó lo ocurrido. Al escuchar lo sucedido, su esposo la mató enfurecido.

Y la holgazanería fue la responsable de esta desgracia.

Y si el hombre tiene hijos grandes ,debe efectuar zimún (la invitación a la bendición ), y es apropiado pronunciar la bendición de la comida juntos en voz alta, pues la elevación de la voz ayuda a concentrarse, y a disipar los pensamientos ajenos a la bendición.

Y por el contrario al bendecir en voz baja, penetran en él pensamientos ajenos que lo acompañan desde el principio de la bendición hasta el final, y el mismo muchas veces no sabe lo que dice, y no recuerda que es lo que dijo. Por lo tanto, se debe bendecir en voz alta para que se sepa qué es lo que sale de su boca, y debe cuidarse de bendecir pausadamente, sin apuro, de manera que cuando sus hijos lo vean, van a aprender de él a conducirse de esa manera en todos sus días.

Y si el hijo observa que su padre no bendice apropiadamente o no efectúa el lavado, debe cuidarse de hacer todo como corresponde abiertamente, de manera que su padre vea y se avergüence y empiece a comportarse adecuadamente.

Nos prescribe el Zóhar, que bendigamos con alegría, pues la alegría proviene de la santidad, mientras que la tristeza proviene del lado opuesto a la santidad. Por lo tanto es importante comer y beber alimentos y bebidas que le produzcan alegría, para que pueda bendecir con espíritu de alborozo.

Y el alabar a Di-s con alegría ayuda a enriquecerse, de manera que puede disfrutar de los dos mundos, pues enriquecerá en este mundo, y tiene un lugar reservado en el paraíso, y su alma podrá disfrutar del brillo de la presencia Divina. Y en esta Época en la que no podemos sacrificar ofrendas, la mesa de la persona reemplaza al altar para expiar los pecados. Cuando la persona pronuncia las palabras de Birkat Hamazón, la bendición posterior de las comidas, prestando atención a sus palabras diciendo que él nos alimenta con piedad y misericordia; entonces reconocerá su grandiosidad, y que se encuentra por encima de todos los encumbrados, y él alimenta desde los huevos de los piojos hasta los cuernos de los ciervos, y se llenará de reverencia hacia Di-s.

Y si Di-s creó tan variados animales, verduras, cereales y frutas para alimentar al hombre cuando podría haber creado un solo tipo de alimentos con el cual el hombre podría sustentarse, posiblemente lo hizo para que el hombre pueda tener el privilegio de incrementar el agradecimiento a Di-s. Y su alabanza , y no para que el hombre llene su vientre sin efectuar el lavado ritual de las manos, y se abstenga de bendecir. Y si se comporta de esa manera no es diferente a los animales, pero éstos se conforman con aprecio o demás alimentos no sofisticados, ¿y para qué Di-s le entregó la posibilidad de refinar sus alimentos, cuando podría haber sido suficiente con cebada o centeno?

Por eso, al parecer, fue dicho que todo aquél que tiene provecho de este mundo sin bendecir le roba a Di-s. ¿Y cuál es su posibilidad de reparar lo que hizo? Que vaya a visitar a un Sabio, de manera tal que la observación de la conducta del Sabio que se cuida de pronunciar las bendiciones, lo lleva a contestar “Amén” y a imitarlo; y después que se acostumbra a bendecir durante una época, se convierte en parte de su Naturaleza.

De acuerdo a lo antedicho, podemos ver que el asunto de las bendiciones es sencillo, y de gran importancia , y por su intermedio el hombre puede elevarse a elevadas alturas espirituales, y quizás a esto se refirieron nuestros Sabios al decir que en la época en que existía el Beit Mikdash, los sacrificios expiaban los pecados, y en nuestra época la mesa reemplaza al altar. Pues, en épocas de antaño la Torá era apreciada por el pueblo, y estaban dispuestos a utilizar sumas exorbitantes para cumplir con la voluntad de Di-s. Pero en estas generaciones tan sumidas en el interés material, por lo menos la mesa cumple la función del sacrificio, y cuando recita las bendiciones apropiadamente con concentración, sabiendo cuál es el significado de las palabras que pronuncia, sin exigir de él esfuerzos monetarios ni físicos, sino voz agradable y alegría.

Y una vez un anciano judío llamado Bunim, que trabajaba como sepulturero, madrugó y se dirigió a la sinagoga y vio a un hombre que tenia una corona de hierbas en su cabeza, y temió de él pensando que era un demonio. Le preguntó ¿Acaso tú no eres fulano, que ayer falleciste, y fuiste enterrado?

-Así es, le contestó.

-¿Cómo te va en ese mundo?, le preguntó.

-Muy bien.

-Tu siempre fuiste una persona sencilla, ¿qué mérito posees para que puedas volver a este mundo?

-Sólo el mérito del que bendice con voz agradable. Por eso fui traído al paraíso, y me honran y me encuentro muy cómodo, y la señal que puede demostrarte que yo soy aquél que enterraste ayer, es que mis mortajas están desgarradas pues, las desgarraste cuando me vestiste.

¿Qué son las hierbas que tienes en tu cabeza?, le preguntó.

-Son hierbas del paraíso que preparo antes de venir a este mundo para poder sufrir el mal olor que hay aquí.

Y nos cuenta el Midrash Talpiot que todo aquel que bendice la bendición de la comida con concentración no es afectado por el enojo, siempre se conduce en serenidad y su manutención está asegurada.

Es preferible bendecir leyendo la bendición, de manera que se estimula la concentración, y pueda pronunciar las palabras claramente. Debe bendecir sentado, y así también debe comer sentado.

http://www.mesilot.org

CICLO JUDIO DE VIDA (VIII)

EDUCACION JUDIA (III)

Resoluciones de un padre

-Tendré en cuenta siempre que soy tu padre y te amo.
-Recordaré que eres un niño.
-Encontraré la forma para que sientas que eres amado. Diré: «te amo» más a menudo y lo expresaré también de otras maneras, posiblemente con el acercamiento físico, el tono de voz, la sonrisa, la mirada, y al brindarte mi tiempo.
-No te menospreciaré, no me reiré de ti, ni te despreciaré de modo alguno.
-Diré: «discúlpame», cuando me equivoco.
-Te criticaré menos, y enfocaré más las cosas positivas que tienes.
-Miraré los sucesos en su perspectiva amplia, dirigiendo mi mirada hacia la recompensa: la satisfacción de tener un vínculo cariñoso, motivado y alegre contigo.
-Recordaré que eres frágil, que mis palabras y mi tono de voz pueden herirte y atravesarte, que eres suave aun cuando actúas de modo áspero. No me confundiré cuando procedes de modo enigmático. Sé que no eres así, y lo recordaré.
-Te hablaré de manera directa y clara cuando discrepo contigo, pero no de modo abrasivo, sarcástico, y sin rabia.
-Pase lo que pase, no te golpearé. Recordaré las palabras del rabino que dice que en esta época está prohibido azotar a nuestros niños y las palabras de mi maestro que me enseñó que en esta generación debemos seguir la senda cálida sin golpear.

* * * * * *

-Te sonreiré más.
-Estaré más armonizado y abierto a sentir satisfacción por ti, disfrutando tu misma existencia. Manifestaré esta alegría más frecuentemente.
-Te respetaré. Respetaré tus sentimientos, tus espacios, y tu intimidad. Respetaré tu dignidad. Respetaré tus opiniones y decisiones aun si (en tu niñez), no te las autorice.
-Tendré más paciencia. Tendré más paciencia. Tendré más paciencia. Tendré en cuenta más a menudo el atributo Di-vino de erej apaim (lento en enojarse)
-Te pondré límites, para tu seguridad, para tu crecimiento, para tu rujaniut (espiritualidad) y no evadiré mi responsabilidad. Y recordaré que acepto que te enojes conmigo. Lo hago por el cariño que siento hacia ti.
-Recordaré que eres una obra en proceso y no un producto terminado y aun cuando tus expresiones pueden sonar audaces, decididas y acabadas, no lo son. Te esperaré pacientemente al fin del camino, aunque me siento algo ansioso y asustado.
-Estaré menos preocupado con el Kibud Av (respeto por los padres), y más inquieto por el Kavod haBeriot (respeto por las criaturas) – tú eres mi más preciada criatura – y recordaré la Mishná que nos enseña que el Kavod corresponde a aquellos que lo brindan a los demás.
-Seleccionaré por qué contender contigo e intentaré recordar que las batallas mismas no son personales, sino parte del milagro de tu crecimiento. Y sabré morderme la lengua más frecuentemente.
-Seré más cariñoso y siempre respetuoso con mamá. Recordaré la mirada de tu cara cuando he le he dicho algo ofensivo. Trataré de poner más empeño en traer alegría a nuestra familia, de atraer a nuestro hogar un espíritu de gozo.

* * * * * *

-Recordaré que más allá de tu edad, me respetas (tal como yo respeto a mi padre), y lo que es más importante no es tanto la información que te transmito, sino quién soy para ti.
-No tomaré venganza cuando estoy lastimado. Aun si me has herido intencionalmente y esté muy enojado, no responderé del mismo modo. Recordaré que soy el padre y tú eres el hijo. Intentaré encontrar la calma y el sosiego. Tampoco te ignoraré. Te exigiré la disculpa, pero no tomaré venganza.
-Sonreiré más. Buscaré las oportunidades de reír más contigo. En ciertos momentos trataré incluso de reír sobre mí mismo.
-Recordaré el brillo en los ojos de mi padre cuando me veía o me presentaba ante otras personas, el brillo que era más elocuente que sus palabras de orgullo. Y también mis ojos brillarán por ti.
-Jugaré más contigo. Te daré el tiempo que mereces cada día, aun si fuese sólo por unos minutos.
-Estudiaré más contigo. Convertiré ese espacio en un momento cálido y alegre y no un momento de tensión y enojo.
-Estaré decididamente orgulloso de ti. Enfocaré tu belleza interior. No tus notas o tu apariencia, sino tu neshamá (alma), tu bondad, tu generosidad, tus fortalezas, dones y talentos únicos. Recordaré que cada niño es diferente y puede tener su propio derej (camino). Te amaré pues eres, no porque haces. Y no por lo que me das.
-Intentaré traer más alegría a Shabbat, Iom Tov y a la práctica íntegra y gustosa del judaísmo. Recordaré que mi alegría en la Torá y en las Mitzvot, es la que las convierten en atractivas para ti, será mi entusiasmo el que generará entusiasmo en ti, y mi amor a HaShem el que ahondará tu amor a D»s.
-Contraeré más interés en tu vida. Si lo compartes conmigo, participaré con alegría en la tuya y dolor en tu tristeza. No tomaré tus reacciones con ligereza. Te aceptaré con seriedad. Estaré disponible para ti y seré respetuoso si decides no compartirlo.

* * * * * *

-No te miraré con aversión. No te señalaré con calificativos. Tú eres mi hijo.
-Intentaré no avasallar tus ánimos. Procuraré estrechar, celebrar y guiar tus principios.
-No ignoraré tus amarguras. Pondré de lado mi trabajo, mi cansancio y mis obras de Jesed (bondad) y aun mi estudio, para estar allí contigo, en donde me necesites. Tú eres mi Mitzvá más importante.
-Miraré profundamente en mi interior y recordaré cuán cruel puede llegar a ser transitar la niñez y la adolescencia, te apreciaré y apoyaré. No te abandonaré cuando más me necesitas, aun cuando pareciera ser que me rechazas.
-Tendré más tiempo de diversión contigo y recordaré que nuestra alegría y amor mutuos atraen la Shejiná (Presencia Di-vina) hacia nosotros.
-Tendré en cuenta siempre que soy tu padre y te amo.

Jerry Lob

CICLO JUDIO DE VIDA (VII)

EDUCACION JUDÍA (II)

Quién debe enseñar

En una de aquellas visitas al campo cumpliendo tareas de Cashrut, entramos a inspeccionar un tambo. Allí no más, había un ternero atado con una cadena. Al vernos, comenzó a saltar. Pregunté a mi hija qué edad suponía que tenía el ternero. Lo miró, y viéndolo un poco más alto que ella, respondió: «ocho años». Cuando se acercó el tambero le volvimos a formular la pregunta. El ternero, para sorpresa de mi hija, tenía tan sólo seis semanas…

Efectivamente, es sorprendente. Un bebé de seis semanas, si bien ya aprendió muchas lecciones vitales que pocos sabemos apreciar, aún vive en una dependencia total de sus padres. No puede caminar ni incorporarse. No puede hablar ni ir al baño. ¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué todos los animales, grandes y pequeños, tienen autonomía apenas nacen mientras que los seres humanos dependemos de nuestros progenitores durante largos años?

Estudiemos el libro Bereshit, el libro en el cual la Torá nos cuenta acerca del origen de cada animal y del hombre. Allí también encontramos una gran desigualdad: en el mundo animal, todos los animales fueron creados desde un principio de acuerdo a sus especies macho y hembra de cada uno (la gallina vino primero y puso el huevo; no al revés). No así el ser humano. Con él, D»s empleó una «técnica» novedosa: ¡creó un «ser» inicial al cual dividió posteriormente en hombre y mujer! Los que estudiamos la Torá, y ya conocemos este hecho, nos acostumbramos a aceptar que inicialmente el hombre y la mujer formaban una sola pieza (según algunos, la mujer fue creada a partir de una costilla). Sin embargo, este hecho también nos debiera asombrar. ¿Por qué D»s habría de inventar algo tan extraño? ¿No podía, acaso, crearlos por separado desde un principio al igual que al resto los animales?
Después de crear a los seres humanos de este modo insólito, la Torá concluye: «por lo tanto, abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán una sola carne» (Bereshit 2:24). ¿A qué se refiere este versículo cuando dice: «por lo tanto»? Si «una carne» (en la que se fusionan hombre y mujer) se refiriera al apareamiento físico, ¿acaso los animales no maduran y se unen con sus pares del género opuesto para gestar a su cría? ¿en qué se diferencia entonces el ser humano, por el hecho de ser creados juntos y luego separados en dos?
Sin duda entonces, que el versículo de «una carne» no se refiere al aspecto físico de la unión entre el hombre y la mujer, sino al vínculo espiritual que los enlaza de manera perdurable, cosa que no ocurre en el reino animal. Únicamente en el género humano existe la necesidad y el deber de formar una familia y un hogar. Los animales se juntan por instinto y dan lugar a la preñez de su cría. Todo lo que el joven retoño necesitará saber en su vida, se lo hace saber el Creador mediante sus instintos. Los progenitores no deben transmitirles enseñanzas morales, y el joven elefante no será distinto a su elefante abuelo o a su elefante nieto. El cúmulo de experiencia de sus progenitores no lo necesita ni le servirá en su vida.
El ser humano, por lo contrario, necesita de hogar y familia («una carne»). Los padres deben crear alrededor del joven un ambiente sano y tranquilo en el cual le mostrarán con el ejemplo cómo se aman y protegen mutuamente, cómo velan por su bienestar y el de sus hermanos, cómo respetan a sus respectivos padres (los abuelos del joven), cómo asisten a terceros menesterosos, cómo intentan vivir su vida dándole sentido. Todo esto es sumamente difícil de transmitir, si no se educa con el ejemplo viviente.

A tal fin, la creación de hombre y mujer fue en conjunto y la Torá ordenó que los seres humanos formen hogares que permanezcan unidos (esto alude a todos los seres humanos y especialmente a los judíos, que más tenemos para transmitir a nuestros hijos). A su vez, el Creador hizo distinta la naturaleza de los niños y éstos continúan prácticamente imposibilitados y dependientes de sus progenitores durante muchos años, hasta su maduración de modo tal que forzosamente deban habitar cerca de sus padres para aprender de ellos.
Si entendimos todo esto, entonces deberíamos reflexionar profundamente acerca de uno de los males endémicos de nuestro tiempo: la destrucción del hogar. Cuando utilizo la palabra «destrucción» en este contexto, no apunto exclusivamente a aquellas familias que se desmoronaron por completo, llegando a una separación total de los padres (ni qué hablar de aquellos que se mantienen vinculados mediante las peleas y utilizan a sus hijos como variable de sus contiendas). Es importante considerar a su vez como parte de este flagelo a todas esas familias donde «cada uno hace su vida» en forma separada y aquellas casas en donde entre tantos gritos y ofensas verbales, se pierden los mensajes positivos y trascendentales que los padres quisieran y podrían conferir a sus hijos.
Cuando contemplo la cantidad creciente de jóvenes que no tuvieron el privilegio de conocer un hogar tranquilo y estable, en donde se traten unos a otros con respeto y cariño, me cuestiono: ¿quién los educará en un tema tan valioso del cual dependerá gran parte de su felicidad en el futuro? Si, para peor, tantos jóvenes son víctimas del consumo de horas y horas de películas de violencia y de intriga en la pantalla, mal se puede considerar que estén, de algún modo, preparados para llevar adelante una familia estable, armoniosa y equilibrada. ¿La escuela? ¿La sinagoga? Estas suelen cubrir parte de la educación de los niños, en particular en lo que se refiere a su desenvolvimiento intelectual y cultural, pero desafortunadamente no suelen escapar a la generalidad de la sociedad, repitiendo los mismos males que existen afuera. Lamentablemente, todo escenario contraproducente, cuanto más se repite, tanto más «normal» se torna a ojos de la gente.
(La comunidad, no obstante, permite y motiva al individuo a desarrollar gestos de generosidad hacia terceros y esto redunda en transformarlo en una persona más abierta a compartir y convivir, que es uno de los factores decisivos en la pareja).

Sumado a los factores devastadores de la violencia ostensible en muchos niveles y el materialismo e individualismo palpable en todo área, existe un elemento más que dificulta la realización de las parejas y atenta en contra de la estabilidad del matrimonio, aun estando este ya plasmado. Me refiero al desgaste de los afectos que quedan truncados en la adolescencia y en los primeros años de la madurez. Muchas personas han atravesado y siguen pasando por una etapa en la que se enamoran una y otra vez con distintas personas del género opuesto, suponiendo en cada nueva oportunidad que han encontrado «la» persona deseada. En la gran mayoría de los casos, estos «amores» idílicos duran días, semanas o meses… y terminan allí. ¿Qué tiene de malo eso? Entre otras cosas, lo nocivo en lo inmediato sucede cuando una de las dos partes decide que ya no está más enamorada de la otra, y el otro/a debe conceder, (sin tener otra opción «para salvar la cara») que está bien y que «la cosa queda allí». En el plazo posterior, dado que nadie quiere volver a sufrir lo que ya sufrió una vez, el conjunto de todas estas desilusiones por cada vínculo que se rompe, las huellas de cada herida que terminó de cicatrizar, van desgastando la creencia en la estabilidad y firmeza de los potenciales vínculos que se puedan crear. Cuanto más fracasos sufre la persona, menos cree en tener éxito en el futuro. Si, como consecuencia, no se crea confianza total entre la pareja, no podemos entonces hablar de un matrimonio auténtico. Esto es similar a los niños que cambian frecuentemente su escuela, y a quienes, con cada mudanza, se les torna más difícil crear lazos de amistad fuertes con los nuevos compañeros.

Una de las secuelas más recientes de este fenómeno, es la postergación indeterminada del enlace matrimonial de novios que ya se conocen durante años por temores a la falta de compatibilidad (y confianza mutua). Las más de las veces, esta dilación tampoco resuelve aquello que quisiera asegurar, pues la mera demora, no genera más confianza mutua.
Si bien esta no es la única razón por la cual los Sabios determinaron que las actividades mixtas de recreación son perjudiciales para la salud moral de los jóvenes (y de los adultos), bien haríamos en tener en cuenta cuánto daño les estamos causando en el futuro, al enviarlos a campamentos (y escuelas) mixtos de varones y niñas, empujándolos a situaciones que ni ellos, ni nosotros, sabríamos llevar. (Para más detalles de esta ley, puede estudiar el dictamen de Igrot Moshé, Ioré De-á 1:137, 2:104, 3:73 y 75, Even Ha-ezer 3:40)

Esta postura contradice la moda actual y en muchos círculos se la consideraría como una expresión más de «fundamentalismo intolerante». Sin embargo, hay que ser ciego para no ver que la modernidad no sumó, sino que más bien restó, fuerza al matrimonio y a la familia.
La presión del entorno, cuando va en contra de las convicciones de uno, representa uno de los desafíos más importantes que debe enfrentar el ser humano. Si bien por ley somos soberanos en nuestras decisiones morales, muy pocas personas son capaces de hacer uso de aquella libertad. La gran mayoría, desafortunadamente, es esclava del «qué dirán».

En el hogar de mi niñez había colgado un cuadro que leía: «Ve-anojí u-veití na-avod et HaShem» (yo y mi familia serviremos al Creador) (Iehoshúa 24:15). Creo que era costumbre de muchas familias observantes de Alemania exponer un cartel similar.
No sé quién fue el que comenzó a colocar esta inscripción extraída del Tana»j en el muro de su casa, ni cuál fue su intención. Sin embargo, siento que esta declaración gráfica manifiesta públicamente que, por sobre todo, y más allá de lo que considere la «opinión pública», la persona quiere expresar que en su hogar se regirán de acuerdo a los principios de la Torá y no sucumbirá a la mediocridad general.

Cuando somos testigos de un padecimiento generalizado, nadie puede ni debe quedar al margen creyendo que «a mi no me va a tocar», «mis chicos ya son grandes», «yo ya pasé esta etapa». El problema de la creación de hogares y de la armonía conyugal con la consecuente influencia sobre los hijos, es un problema de todos. Espero que esta lectura haya sido útil para esclarecer un tema tan espinoso del cual tanto dependemos.

Rab Daniel Oppenheimer

http://www.tora.org.ar/

CICLO JUDIO DE VIDA (VI)

EDUCACIÓN JUDIA (I)

Mensaje

(Extraído de «La Voz de la Torá», por Rab Elihau Munk, © Rab A. Amselem, Miami)

Tu hijo es miembro de las más ilustres familias que el mundo conoció: La pista de su linaje puede ser seguida a lo largo de casi cuatro mil años; es descendiente de Abrahám, Yisják y Ya´akóv; de Saráh, Rivkáh, Rajél y Leáh. Miembros de su familia han sido reyes y Sumos Sacerdotes, Profetas, Jueces, Sabios, Maestros, médicos y hombres de letras. Está emparentado con Moshé y Aharón, con el Rey David y el Rey Shelomó. Casi al inicio del tiempo, sus ancestros trajeron civilización al mundo, enseñando y practicando un código de conducta que incluso hoy es de avanzada en comparación con los que rigen en muchos rincones del globo.

Cuando todos a su alrededor rendían culto a piedras y maderas, ellos se percataron del error y trasmitieron que sólo existe un único D-os de Quien todos dependemos en forma absoluta. Sus ancestros estuvieron parados ante el Monte Sínái y oyeron la voz de D-os enunciando las primeras palabras de los Díez Mandamientos. Sus parientes compusieron la Míshnáh y el Talmúd, y comentaron y codificaron las leyes en él contenidas. Durante milenios, miembros de su familia han dado, en medida desproporcionado a su número, muchos de sus considerables dones y talentos al mundo que los rodea. Han estado a la vanguardia de la lucha por la libertad; fueron los defensores de la dignidad humana. Ellos han propagado verdad y amor hacia sus semejantes.

Tu hijo es un judío; su connotación es el de un grupo. Es miembro de una Nación Santa, un Reino de Sacerdotes. Su familia fue elegida para ser ejemplo entre las naciones.

Tu hijo es un varón, un varón judío. Cuando tenía ocho días de vida fue introducido en el Pacto de Abrahám. Una inmensa Tradición descansa sobre sus espaldas; es una responsabilidad demasiado grande como para que un niño pueda cargarla. Pero su ser judío no es un accidente de nacimiento.

Se le han dado los medios para recibir esta inmensa Tradición. Tiene un alma que es porción de lo Divino. Si se le instruye y enseña apropiadamente, este niño, con el correr del tiempo, no sólo absorberá esta Tradición sino que ha de practicarla, viviendo de ese modo una vida buena, colmada y útil, y ha de trasmitirla sin compromiso ni detracciones a aquellos que han de seguirle.

A fin de lograr la plenitud de su inmenso potencial para el bien, para que pueda perpetuar la ilustre historia de su familia, este niño depende de sus padres. Ellos no sólo tienen la responsabilidad de vestirlo y alimentarlo, nutrirlo físicamente, sino también la de alimentar su espíritu. Es responsabilidad suya que, a través de ellos y de maestros adecuados, él y sus hermanos y hermanas reciban el Jinúj [la educación] prescrito por el Pacto Sagrado en el cual ha sido introducido.

En este punto del tiempo y por muchos días y años futuros, este niño deposita sus esperanzas y confianza en sus padres. El se apoya en ellos para que le enseñen cómo descargar sus responsabilidades y reclamar los privilegios inherentes en su derecho natural como eslabón de la familia más distinguida que hay sobre la faz de la tierra.

¿Qué padres traicionarían o fallarían ante tamaña confianza?

Rabino Abraham Amselem

http://www.tora.org.ar