YOM KIPPUR (XI):Iom Kipur en los tiempos del Beit Hamikdash:El servicio de Iom Kipur

La avodá (servicio) comenzaba después de la medianoche cuando se echaba la suerte entre los kohanim para determinar quién iba a realizar el servicio de terumat hadeshen (la elevación de un puñado de cenizas del altar), y quién iba a limpiar el mizbeaj de cenizas. Antes del amanecer el atrio se llenaba de gente.

Tamid/ El Sacrificio Diario de la Mañana: Luego de que amanecía, el kohén gadol comenzaba el Servicio al sumergirse en la mikvá, vestía sus prendas de oro y vertía agua sobre sus pies y manos.

Ofrecía el sacrificio diario de tamid, quemaba el puñado regular de ketoret, y por último, encendía las velas de la menorá, y realizaba el resto de los servicios matutinos.

Minjat Javitim: Le ofrendaba al gran sacerdote la ofrenda diaria de minjá.

Musaf de Iom Kipur: Ofrendaba el sacrificio especial musaf de Iom Kipur que consistía en un buey y siete corderos (mencionados en la parashat Pinjas). A continuación, vertía agua sobre sus pies y manos, se quitaba las prendas de oro, se sumergía en la mikvá, se ponía las cuatro prendas blancas, y de nuevo lavaba sus pies y manos. Luego, estaba listo para la próxima avodá.

Vidui al par kohén gadol/ La primera confesión: Colocaba sus manos sobre su sacrificio personal, el buey, y confesaba sus pecados y los de su familia. Su vidui (confesión) era la siguiente:

«Por favor, Hashem, pequé sin intención, cometí transgresiones intencionalmente e insolentemente ante Usted, tanto yo como mi familia. Por favor, Hashem, expíe los pecados involuntarios, las transgresiones voluntarias y la desobediencia que mi familia y yo cometimos ante Usted, según dice en la Torá de Su servidor Moshé (Vaikrá 16:3), «En este día, El expiará tus pecados y te dejará puro y limpio de todo pecado ante Hashem.»

El kohén gadol en todas sus confesiones durante Iom Kipur, pronunciaba el shem hameforash, las Cuatro Letras del Nombre de D- s, de la forma en que está escrito. Cuando los kohanim y la gente se juntaban en el Atrio escuchaban el Tetragrámaton, el Nombre sagrado y grandioso, emanaba de la boca del kohén gadol, y el pueblo respondía, «Baruj shem kevod maljutó leolam vaed/ Bendito sea por siempre el Nombre de Su reinado glorioso.» Durante Iom Kipur, el kohén gadol pronunciaba el shem hameforash diez veces, sin tener que hacer ningún esfuerzo para lograrlo debido a que éste milagrosamente dejaba la boca por sí mismo porque la shejiná hablaba desde su garganta. Después del vidui, el kohén gadol no procedía a sacrificar al buey sino que primero echaba la suerte entre los dos machos cabríos requeridos para el Servicio central de Iom Kipur.

– Sorteo: Se preparaban dos machos cabríos, de igual peso, altura y aspecto. Se los adquiría antes de Iom Kipur con fondos de la comunidad. Se preparaban dos inscripciones, una decía, «Para Hashem,» y la otra «para Azazel». Se las colocaba en una urna, y el kohén gadol sin mirar tomaba cada una con una mano. Colocaba la inscripción que tomaba con su mano derecha en el macho cabrío de la derecha y la otra en el izquierdo.

Le leían las inscripciones, y proclamaban con respecto al cabrío con la inscripción «Para Hashem»: «¡Este es un sacrificio jatat para Hashem!»
En la cabeza del cabrío «Para Azazel», colocaban un hilo de color escarlata y ataban otro hilo rojo en la entrada del sector kodesh del Beit Hamikdash.

Nuestros Sabios relatan que mientras que Shimón HaTzadik oficiaba como gran sacerdote, se podían percibir señales del Cielo de favores anuales.

La inscripción del cabrío «Para Hashem» quedaba invariablemente en su mano derecha, mientras que después del fallecimiento del tzadik, ésta estaba a veces en la mano derecha y a veces en la izquierda. Además, el hilo color escarlata que se ataba en la entrada del sector kodesh milagrosamente se tornaba blanco cuando el cabrío para Azazel llegaba al desierto – era una señal del Cielo de que sus pecados habían sido perdonados. Sin embargo, después de que Shimón HaTzadik falleció sólo se tornaba blanco ocasionalmente.

– Vidui Ushejitá/ Una segunda confesión, y el sacrificio del buey del gran sacerdote: Volvemos al sacrificio personal, el buey, el kohén gadol de nuevo enunciaba su vidui por todos sus pecados y también por los de los kohanim. Sacrificaba a su buey y recogía su sangre en una sartén que entregaba a un kohén diferente.

Avodá bakodesh hakodashim/ El Servicio en el Sanctasanctórum: La parte que continuaba ahora era crucial y la más delicada de la avodá que el pueblo entero esperaba con ansiedad. El kohén gadol debía ingresar en el kodesh hakodashim para ofrecer ketoret (incienso). Llenaba una sartén de oro con carbón ardiente que tomaba del Altar Exterior. Se le entregaba un recipiente que contenía incienso, del cual él tenía que sacarlo con las dos manos. Luego, transfería esos puñados de incienso a una cuchara, tomaba la sartén que contenía carbón en su derecha y la cuchara en su izquierda, y entraba en el Sanctasanctórum.

Colocaba la sartén con carbón entre los postes del arón (en el segundo Beit Hamikdash que no tenía arca, sobre la piedra sobre la cual se encontraba el arón, arca), tomaba el borde de la cuchara que contenía el incienso con la punta de los dedos o con los dientes (para dejar ambas manos libres), y vertía el ketoret de nuevo en sus manos. Esta era una de las tareas más difíciles realizadas en el Beit Hamikdash debido a que ni una sola gota de incienso podía caer en el piso durante el proceso.
Terminaba el Servicio juntando el ketoret en una sartén que contenía carbón, y esperaba que el humo del incienso llenara el kodesh hakodashim. Esta avodá provocaba la gloria de la shejiná, sin embargo, se ocultaba en el humo para que el kohén gadol no pudiera verla.
Salía y caminaba hacia atrás, sin desviar su cabeza de la dirección del arón.
El ingreso del kohén gadol al Sanctasanctórum era acompañada con las tefilot de todo el klal Israel y su aparición era aguardada con estremecimiento. La Torá advierte que si alguna de las partes de la ceremonia no era realizada de acuerdo con los preceptos de la Torá, el kohén gadol incurría en la pena de muerte del Cielo. (Vaikrá 16:13).

De hecho, la shejiná acompañaba a cada kohén gadol que venía a servir en el kodesh hakodashim, pero sólo un gran sacerdote que fuere sumamente especial estaba capacitado para percibirlo. Lo que era cierto con respecto a Shimón HaTzadik era con el caso con Aharón en persona. Solía tener la visión de Hashem cuando entraba al Sanctasanctórum en Iom Kipur.

En los tiempos del segundo Beit Hamikdash, la mayoría de los grandes sacerdotes fallecían dentro del año que seguía a Iom Kipur.

Para estar en condiciones de entrar en el Sanctasanctórum, el gran sacerdote debía purificarse a sí mismo previamente, y lograr separarse de todas las aspiraciones físicas.
La mayoría de los kohanim guedolim que sirvieron en el Beit Hamikdash compraban sus puestos con sobornos. Nunca alcanzaron el nivel espiritual requerido para ingresar en el kodesh hakodashim, y luego no podían sobrevivir el encuentro con la shejiná que ocurría allí.

El kohén gadol dejaba el Kodesh Hakodashim e ingresaba en el sector kodesh para rezar por un buen año para el klal Israel.

Cuando regresaba al kodesh, todos los kohanim debían irse; ningún extraño podía entrometerse en el encuentro de la shejiná y el kohén gadol. Nuestros Sabios nos enseñan que ni siquiera los ángeles estaban presentes, debido a que la atmósfera de santidad que entonces se infiltraba en el Mishkán era del nivel más alto. Se le ordenaba que su tefilá fuera corta, por aquellos que aguardaban en suspenso en el atrio para ver si aparecía con vida del Kodesh Hakodashim.

El kohen gadol ofrecía la siguiente plegaria en Iom Kipur:

«Que sea Tu voluntad, Oh Hashem, que este año sea bendecido con suficiente lluvia, sol, sombra, y rocío. Que sea un año de buena voluntad del Cielo, un año de bendición, de precios bajos, saciedad, buenos negocios; un año en el cual Tu pueblo Israel no necesite uno del otro ni tenga la necesidad de dominio uno sobre el otro. Y no preste atención a la tefilá de los caminantes (que le imploren que no deje llover).»

Una vez, después de dejar el Kodesh Hakodashim, Shimón HaTzadik rezó por un período bastante extenso. Mientras tanto, los kohanim y la gente esperaban con ansiedad su regreso. Al ver que él no salía, los kohanim resolvieron entrar y averiguar qué había ocurrido. Sin embargo, justo cuando estaban a punto de entrar al kodesh, Shimón HaTzadik apareció.
«¿Por qué rezó por tanto tiempo?» le preguntaron.
«¿Ustedes creen que no debí haberle suplicado al Todopoderoso vuestro bien en nombre de todos ustedes y que el Beit Hamikdash no sea destruído?»
«No obstante,» los kohanim le imploraron, «nunca más se quede adentro por tanto tiempo, porque asusta a la gente.»

– Hazaat dam apar/ Esparcimiento de la sangre del toro del kohén gadol: El kohén gadol ingresaba en el kodesh hakodashim por segunda vez para esparcir allí la sangre del toro. Tomaba el tazón de sangre del kohén que lo sostenía y lo mantenía en movimiento constante para evitar que se coagulara y volvía con éste al Kodesh Hakodashim. Esparcía la sangre entre los postes del arón (y en el segundo Beit Hamikdash sobre las piedras sobre las cuales estaba el arca) ocho veces, una hacia arriba y las otras siete hacia abajo. Contaba en voz alta mientras esparcía para no equivocarse.

– Shejitat haseir vekabalat damó/ Sacrificio del cabrío para Hashem: Dejaba el Kodesh Hakodashim para sacrificar al macho cabrío designado para Hashem en el Atrio y para recibir su sangre en una sartén.

– Hazaat damim al haparojet veal amizbeaj/ Esparcimiento en la Cortina Divisoria y en el Altar de Oro: Mientras estaba parado en el sector kodesh, el kohén gadol esparcía la sangre del toro y luego la del macho cabrío en el parojet (Cortina Divisoria entre el santuario y el sanctasanctórum). Esparcía sobre el lugar la sangre de cada uno ocho veces, una para arriba y siete hacia abajo. A continuación mezclaba la sangre del toro con la sangre del macho cabrío y colocaba la mezcla en las cuatro esquinas del Altar de Oro, mientras estaba parado hacia el este del Altar de Oro y norte de la menorá.

Limpiaba una zona en la cima del altar y esparcía la sangre siete veces sobre ésta. La sangre que sobraba era, como siempre, vertida en la base Exterior del Altar.

Los diferentes esparcimientos obtenían diferentes tipos de expiación:

– Esparcimiento entre los postes del arón en el Kodesh Hakodashim expiaba la impureza que pudo haber afectado al Kodesh Hakodashim y a lo que contenía.
– Esparcimiento en el parojet expiaba la impureza que afectó al kodesh y a sus recipientes y vasijas (la menorá, el shulján, el lejem hapanim, la Cortina Divisoria, etc.).
– Esparcimiento en el Altar de Oro obtenía la expiación de la impureza que afectaba al altar y a los objetos sagrados relacionados con éste.

– Envío del macho cabrío a Azazel, y una tercera confesión: El kohén gadol colocaba sus manos entre los cuernos del macho cabrío con vida designado para Azazel y pronunciaba una tercera confesión, esta vez por los pecados de todo el pueblo. Un hombre era preparado antes de Iom Kipur para dirigir al macho cabrío para Azazel hacia un desierto rocoso sin cultivar y para tirarlo desde un farallón. Hashem prometía que a través de este Servicio, El expiaría los pecados de todo klal Israel (Vaikrá 16:22).

El hombre que llevaba al cabrío hacia la roca de gran altura generalmente no sobrevivía a ese año, y por consiguiente, ellos elegían como mensajeros a aquellos que estaban destinados a morir dentro de ese año. (En aquellos tiempos, los Sabios judíos poseían ruaj hakodesh y eran capaces de determinar el destino de las personas.)
El kohén gadol no podía retirarse de la azará (Atrio) para continuar con la avodá antes de que el cabrío llegará al desierto. Por lo tanto, un sistema especial de señalización se estableció antes de Iom Kipur para asegurar la comunicación entre el desierto y el Beit Hamikdash. Diversas plataformas se erigieron a una distancia tal que si una persona agitaba una bufanda en una, podía ser vista por una persona que estaba parada en la próxima. Tan pronto como la persona que estaba parada en la plataforma más próxima al desierto observaba que el cabrío había llegado allí, agitaba un pañolón en dirección al hombre que estaba parado en la plataforma más próxima, y éste pasaba la señal al próximo, y así sucesivamente hasta llegar a Ierushalaim. Cuando en el pueblo judío había solo tzadikim, también sabían que el macho cabrío había llegado al desierto con sólo observar que el hilo color escarlata que estaba atado en la entrada del sector kodesh del Santuario se tornaba blanco. (Sin embargo, en los últimos tiempos, los Sabios ya no lo colgaban debido a que si no se blanqueaba, había una decepción general. Por consiguiente, ellos ordenaron que en vez de atar el hilo en la entrada del kodesh, el mensajero debía atar la mitad de éste en el farallón y la otra mitad en los cuernos del macho cabrío.)

¿Cuál era el significado de la avodá tan extraña y original con respecto al macho cabrío «para Azazel» que era arrojado hacia su muerte desde una roca en el desierto?

Esta ley mística de la Torá es ridiculizada por los gentiles y su lógica es puesta en duda por el ietzer hará (el instinto malo) de las personas. No obstante, Hashem declaró, «¡Es un jok que Yo ordeno; ustedes no tienen derecho a criticarlo!»
¿Qué significa el término «Azazel»?
1. Es una expresión compuesta por azaz, fuerte, y el, enorme e imponente, debido a que éstas eran las características del farallón desde donde se arrojaba al macho cabrío. «El macho cabrío que va hacia Azazel» entonces denota «el macho cabrío que se entrega a una roca enorme e imponente.»
2. Según la Guemará, «Azazel» es un compuesto de Aza y Azael. ¿Quiénes eran Aza y Azael? Eran dos ángeles que antes del diluvio, le suplicaron al Todopoderoso que les permita vivir entre los humanos, con la apariencia humana para probar que ellos no pecarían como lo hace la raza humana. No obstante, cuando Hashem de hecho les dió permiso para que lo hagan su depravación sobrepasó a la de la generación anterior a la Inundación.
El macho cabrío se llamaba «Azazel» para implicar que lograba expiar pecados, entre ellos, hechos inmorales como los de Aza y Azael.
3. Otros Midrashim interpretan que «Azazel» representa a Satán o a Shed. Sin embargo, se entiende con suma claridad que el macho cabrío no es, jas veshalom, un sacrificio que se ofrece a Satán o a los demonios, tales sacrificios están prohibidos en forma explícita por la Torá. (Vaikrá 17:7)
Con el fin de que el kohén gadol no asuma por error que el sacrificio fue consagrado a Satán, la Torá ordenó que no pronunciara en forma oral, «Este cabrío es para Azazel». En realidad, esta ofrenda era en honor a Hashem como así también el cabrío «para Hashem» que se quemaba en el altar. El significado simbólico del «cabrío para Satán» se expresa a través del siguiente Midrash:
En el día de la Entrega de la Torá, Satán se quejó ante el Todopoderoso, «¡Tú me has dado poder sobre las naciones pero no sobre el pueblo judío!»
Hashem le respondió, «¡Te doy dominio sobre ellos en Iom Kipur , siempre y cuando puedas encontrar pecados entre ellos!» Para evitar que Satán haga acusaciones en Iom Kipur, Hashem ordenó que él, sea seducido con un soborno, el macho cabrío para Azazel.

Este Midrash requiere aclaración. ¿Cómo se «soborna» a Satán con el macho cabrío que se envía al desierto?

Nuestros Sabios nos explican que el macho cabrío se denomina en hebreo «seir» que también significa » velludo», una alusión a Esav que había nacido con cabello. En Iom Kipur, el Todopoderoso colocaba en forma simbólica todas las transgresiones del Klal Israel » sobre el velludo», Esav. Luego, emergían puros e inmaculados y, con el Acusador silenciado de esta manera, obtenían el perdón.
¿Cómo debemos entender estas palabras de nuestros Sabios?
En Iom Kipur, cuando el Todopoderoso observa al pueblo judío con Sus Atributos de Piedad, El decide absolver de pecados incluso a los transgresores que se encuentran dentro de éste. Ellos no tienen que llevar el peso de la culpa, debido a que ellos fueron por el mal camino por culpa de «Esav», las persuasiones y las presiones de los gentiles en los cuales ellos viven. Era el «seir, el velludo» quien tenía la mayor responsabilidad por los pecados de los judíos porque cada judío está en verdad comprometido con su Padre en el Cielo. Al ver a la comunidad judía desde este ángulo, el Todopoderoso en Iom Kipur les otorga su perdón.

– Cuando el macho cabrío era enviado al desierto, el kohén gadol continuaba con sus procedimientos. Preparaba para quemar en el altar los órganos internos (emurim) del buey y el cabrío cuya sangre había previamente esparcido.

– Keriat HaTorá/ Lectura de la Torá: Tan pronto como el kohén gadol se enteraba que el macho cabrío había llegado al desierto, se dirigía al sector ezrat nashim donde el pueblo estaba reunido y leía la Torá, las secciones de parashat Ajarei Mot que se referían al Servicio de Iom Kipur y en parashat Emor el párrafo que comienza con «Aj Beasor» y de memoria recitaba un párrafo de parashat Pinjas que describía el Servicio (Bamidbar 29:7 – 11)
En adición a las bendiciones correspondientes a la lectura de la Torá se recitaba siete bendiciones más.

– Korbán Musaf/ El resto del Sacrificio Musaf: Luego, vertía agua sobre sus manos y pies, se sacaba sus prendas blancas de hilo, se sumergía en la mikvá, se ponía de vuelta sus prendas de oro, se lavaba de nuevo sus manos y pies, y ofrendaba un macho cabrío en calidad de sacrificio jatat para completar el sacrificio Musaf del día.

– Akravat Haelim/ Ofrenda de carneros: Luego, ofrecía su propio carnero y los de las personas que hacían sacrificios especiales de Iom Kipur.

– Haktarat Haemurim/ Acto de quemar los órganos internos: Quemaba los órganos internos del toro y del macho cabrío «para Hashem».

– Tamid shel ben arbaim/ El olá diario de la tarde: Traía un cordero como sacrificio diario olá.

– Hotzaat Kaf Umajtá/ Extracción de la cuchara y la sartén del Kodesh Hakodashim: El kohén gadol se lavaba las manos, se quitaba las prendas de oro, se sumergía en la mikvá, se ponía sus ropas blancas, y lavaba sus manos y pies. Luego, ingresaba en el Kodesh Hakodashim una vez más para extraer la cuchara y la sartén que había previamente depositado allí.

– Aktarat Ketoret/ Acto de quemar el incienso diario: Se lavaba las manos y pies, se quitaba las prendas blancas, se sumergía en la mikvá, luego se ponía de vuelta las prendas de oro, y se lavaba las manos y pies. A continuación quemaba el puñado de ketoret que se ofrecía a diario en el Altar de Oro en el kodesh y encendía la menorá.

– Minjat Javitín/ La ofrenda minjá diaria del kohén gadol: Inmediatamente después, el kohén gadol quemaba en el altar la segunda mitad de su ofrenda minjá diaria. La larga y ardua avodá del kohén gadol había llegado a su fin. Se lavaba las manos y los pies, se sacaba las prendas de oro, se vestía con sus propias ropas y dejaba el Beit Hamikdash. Toda la gente lo acompañaba hasta su casa. Había un regocijo colectivo porque él había finalizado la avodá con éxito.

El Sefer Shevet Iehudá cita una descripción que hizo un cónsul romano que se quedó en Ierushalaim durante Iom Kipur en los días del segundo Beit Hamikdash. Describió la escena que presenció de la siguiente manera:

«Siete días antes de esos días especiales, de respeto y temor conocidos como Iom Kipur, el kohén gadol comenzó los preparativos para el Servicio. Cuando dejó su casa para dirigirse a su habitación especial en el Beit Hamikdash, se hizo un anuncio al pueblo entero. Tan pronto como éste escuchó que el kohén gadol estaba en su camino hacia el Beit Hamikdash, fueron de inmediato a acompañarlo.

«Hicieron una procesión, y marcharon de la siguiente manera:
En el frente, marchaban todos aquellos que eran descendientes de la familia de los reyes que reinaron sobre las Diez Tribus. A éstos les seguían los descendientes de la dinastía real de David (cuanto más altos los dignatarios, más cerca marchaban del kohén gadol). Eran precedidos por un heraldo que anunciaba, «¡Otórguenle honor a la casa de David!»
A continuación siguían los leviim que eran anunciados con el llamado, «Honor a la casa de los Leví!»
Conté 36.000 leviim, todos vestidos en prendas de seda color celeste, seguidos por 24.000 kohanim vestidos con ropas blancas de seda. Marchaban en divisiones, agrupadas según sus tareas en el Beit Hamikdash, el hombre del coro, luego los músicos, atrás de ellos los trompetistas, los guardianes de los portones del Beit Hamikdash, aquellos cuya función consistía en preparar el ketoret, aquellos que fabricaban el parojet, los tesoreros, y por último, los gremios que realizaban cualquier trabajo sagrado en relación al Beit Hamikdash. Luego, seguían los setenta miembros del Sanhedrín que caminaban delante del kohén gadol. Inmediatamente delante del kohén gadol marchaban cien kohanim que portaban estandartes de plata para limpiarle el camino. Atrás del kohén gadol marchaban de dos en dos los kohanim más ancianos y respetados.
«En las esquinas, la procesión se encontró con los roshei ieshiva, quienes al ver al kohén gadol, exclamaban, «¡Estimado kohén gadol, que su entrada sea en paz! Suplíquele al Creador que El nos mantenga vivos para que podamos estudiar Su Torá sagrada!»
Cuando la procesión llegó al Har Habait (Monte del Templo), los oradores rezaron para que continuara la existencia de la dinastía Davídica, los kohanim, y el Beit Hamikdash. El grito de la multitud en respuesta a las bendiciones fue tan fuerte que podía romper los tímpanos. El kohén gadol, lloró con temor y trepidación por la responsabilidad que tenía, y luego se apartó de la gente. Los kohanim lo acompañaron a la habitación especial donde debía prepararse hasta Iom Kipur.
La escena descripta arriba ocurrió cuando el kohén gadol ingresó en el Beit Hamikdash, sin embargo, cuando después de Iom Kipur se fue en paz, se lo honró el doble.
Los habitantes de toda la ciudad de Ierushalaim caminaban enfrente de él para acompañarlo a su casa. Toda la gente estaba vestida con prendas blancas, y la mayoría de ellos sostenía antorchas de cera encendidas. Las ventanas de la ciudad estaban decoradas, y al lado de ellas había velas encendidas. Los kohanim contaron que muchas veces el kohén gadol no podía llegar a su casa antes de la medianoche debido a las multitudes que llenaban las calles. A pesar de que la gente estaba en ayunas, nadie quería regresar a su casa antes de intentar alcanzar al kohén gadol y besar sus manos. Al día siguiente, era costumbre que el kohén gadol hiciera un gran banquete para sus familiares y amigos para celebrar que salió del kodesh hakodashim en paz. Cada gran sacerdote tiene un plato recordatorio de oro hecho para él en el cual se grabaron las palabras, «Yo, el kohén gadol tal, hijo del kohén gadol tal, realicé el Servicio en la gran Casa Sagrada de El, Quien habita en ella, en el año tal desde la Creación. Ojalá que El, Quien me privilegió al otorgarme la posibilidad de realizar Su Servicio, permita que mis hijos me sucedan.»»

En la actualidad, como ya no tenemos un kohén gadol que logre expiar nuestros pecados, nosotros recitamos la avodá de Iom Kipur en la plegaria Musaf de Iom Kipur. En memoria de nuestros antepasados que se postraban en el Beit Hamikdash, nosotros también nos postramos cuando llegamos a las partes de la plegaria que describen dicho evento.

El comentarista Arugat Habosem escribe, «Cuando nos postramos durante el Musaf de Iom Kipur, debemos sentir la pérdida tremenda de la avodá del Beit Hamikdash. Es un jilul Hashem terrible, causado por nuestros pecados, el hecho de que la shejiná haya sido exiliada. Por consiguiente, las tres postraciones durante la recitación del Servicio del Templo deben ser acompañadas por llantos y lamentaciones. (Sin embargo, durante la postración de Alenu un judío debe llenarse de gratitud hacia el Creador, Quien nos eligió como Su porción entre todas las otras naciones y nos elevó sobre todas las familias de la tierra para ser Su gente especial.)

El majzor concluye el Servicio de Musaf de Iom Kipur con un piut/ poema que describe el áura de grandeza y kedushá que rodea al kohén gadol cuando sale del Sanctasanctórum. (Los versos originales en hebreo se basaron en el Alef Bet (alfabeto hebreo); lo siguiente es una rendición que sacrifica la rima con el fin de ser lo más claro posible.)

«¡En verdad, cuán magnífica era la visión del kohén gadol cuando salía en paz del kodesh hakodashim, sin haber incurrido en desgracia alguna!

La apariencia del kohén gadol era como el brillo que resplandecía del firmamento hacia los seres celestiales que se encontraban Arriba,
La apariencia del kohen gadol era como la luz que emanaba de los ángeles denominados «jaiot»,
La apariencia del kohén gadol era como los hilos- tejelet al igual que el color del cielo azul que se agitaban en los cuatro tzitzit- flecos,
La apariencia del kohén gadol era como la imagen del arco iris en las nubes,
La apariencia del kohén gadol era como la gloria con la cual el Creador vistió a los primeros seres, Adam y Javá,
La apariencia del kohén gadol era como el florecimiento de una flor en un jardín encantado,
La apariencia del kohén gadol era como una corona de flores que rodea la cabeza de un rey,
La apariencia del kohén gadol era como la gracia conferida al semblante de un jatán (novio),
La apariencia del kohén gadol era como el resplandor que emana de la corona pura,
La apariencia del kohén gadol era como Moshé Rabeinu cuando le imploraba al Todopoderoso que lo escondiera en el Har Sinai por cuarenta días,
La apariencia del Kohén Gadol era como la estrella de Noga en el hemisferio oriental.
«Todo ésto ocurrió cuando el hejal se paraba sobre sus cimientos, el kodesh hakodashim se establecía, y el kohén gadol realizaba Su Servicio; sus generaciones lo vieron y se regocijaron.
¡Qué feliz el ojo que contempló todo ésto; al escucharlo ahora, nuestras almas están de luto por su pérdida.!»

(selección extraída del libro «El Midrash Dice», por el Rabino Moshe Weissman © Ed. Benei Sholem

http://www.tora.org.ar/

YOM KIPPUR (X):Iom Kipur en los tiempos del Beit Hamikdash: Preparativos y Víspera de Iom Kipur

Hashem le explicó a Moshé la avodá (servicio) especial que debía realizarse para Iom Kipur en el Beit Hamikdash. El gran sacerdote debía realizarla en persona durante el día.
Los preparativos para el día más sagrado del año comenzaban con una semana de anterioridad. El kohén gadol (sumo sacerdote) dejaba su casa y su residencia pasaba a ser una de las salas del Beit Hamikdash. Se debía purificar y preparar para el Servicio durante siete días.
Además del gran sacerdote destinado a oficiar el Servicio, también se preparaba a un sustituto, en caso de que el kohén gadol se torne tamé (impuro) y sea incapaz de oficiar como tal.
En el tercer y séptimo día de los siete días de preparativos, se esparcían sobre el gran sacerdote aguas purificadoras de la pará adumá (vaquilla roja), en caso de que sin saber se hubiera convertido en tamé por estar en contacto con un cadáver.
El Sanhedrín (Tribunal Judío) enviaba una delegación de talmidei jajamim (sabios de la Torá) para que instruyera al kohén gadol en el Servicio de Iom Kipur. Le leían los capítulos de la Torá de parashat Ajarei Mot que tratan sobre el Servicio de Iom Kipur y las halajot de Iom Kipur y él las repetía hasta que las aprendía bien. Si conocía bien las halajot, podía explicarlas. En esa semana, también ofrecía inciensos, sacrificios y encendía la menorá.

Erev -Víspera de- Iom Kipur

Durante Erev Iom Kipur, todos los animales que habían sido reservados para que se sacrificaran pasaban por delante del kohén gadol, quien los identificaba para conocerlos para los servicios de Iom Kipur.

En la mañana, los Sabios que lo habían instruído se iban y eran reemplazados por un grupo de kohanim que practicaban junto con éste el arte de verter el ketoret en sus manos con una cuchara, una de las partes más difíciles del Servicio que se debía realizar en el kodesh hakodashim en Iom Kipur.
Durante la existencia del segundo Beit Hamikdash, la siguiente triste escena se repetía en forma anual en Erev Iom Kipur:

Antes de irse los talmidei jajamim exclamaban, «Estimado kohén gadol, nosotros somos los delegados del Beit Din, y usted es el nuestro, además de ser representante del Beit Din. ¡Le ordenamos en nombre de El, Quien reside en esta Casa, que no altere ni una letra de todo lo que le enseñamos!»

El gran sacerdote y los talmidei jajamim se despedían llorando. El lloraba porque se sospechaba de él que podía llegar a modificar el Servicio; ellos lloraban porque estaban obligados a sospechar de él, probablemente en vano.

La razón de ser de este diálogo ya tipificado ya que era la costumbre saducea de ofrecer ketoret (incienso) de una forma diferente a la que indicaba la Tradición Oral. Los jajamim enseñaron que el gran sacerdote debía sostener el ketoret en su mano izquierda y el carbón caliente en la derecha, ingresar en el sanctasanctórum, y encender el incienso allí. Según la versión de los tzedokim (saduceos), el incienso se debía prender fuera del sanctasanctórum y el kohén gadol debía ingresar con el incienso encendido.

Por lo tanto, los Sabios ordenaban anualmente al kohén gadol que no siguiera las costumbres saduceas.

La Noche de Iom Kipur

El kohén gadol no podía ir a dormir la noche de Iom Kipur. Se quedaba despierto, leyendo capítulos del Tanaj (Iov, Ezrá, Divrei Aiamim, y Daniel que atraía la atención de todo el mundo). Si él comenzaba a dormirse, los kohanim más jóvenes lo despertaban chasqueando los dedos de forma ruidosa. Si se sentía cansado, se le decía que se pare por un rato. Esto lo refrescaba debido a que el piso de piedras del Beit Hamikdash era frío.

Todas las grandes personas de Ierushalaim también se quedaban despiertas durante toda la noche, así el kohen gadol podía escuchar el murmullo y el tumulto de la ciudad y ésto lo ayudaría a mantenerse despierto.

La Vestimesta especial del Gran Sacerdote

El kohén gadol generalmente se distinguía de un kohén común por las ocho prendas que vestía, cuatro de las cuales eran de oro. Sin embargo, en Iom Kipur, se sacaba las cuatro prendas de oro cada vez que iba a entrar en el sanctasanctórum. En el kodesh Hakodashim, sólo se le permitía vestir prendas blancas de lino. Nuestros Sabios daban varias razones para ésto:

1. Las cuatro prendas de oro eran recordativas del Pecado del Becerro de Oro. Como en el kodesh Hakodashim se intentaba conseguir el perdón para el pueblo judío, el gran sacerdote no podía vestir prendas que daban origen a acusaciones en contra de éste. Si ingresaba con ropas de oro, el Angel Acusador comentaría, «¡Después de hacer una imagen de oro, los Bnei Israel vienen para Servirlo con ropas de oro!»

2. En este día, el kohén gadol se asemeja a un ángel. Las huestes del Cielo eran imaginadas por el profeta Iejesquel como si se vistieran prendas de lino.

3. Esta vestimenta expresa humildad en la presencia de la shejiná.

Las prendas eran tejidas con el hilo más fino. Después de Iom Kipur, se las almacenaba porque no se podían volver a usar.

Durante Iom Kipur, una vez que dejaba el kodesh Hakodashim, el kohén gadol se ponía las prendas de oro para realizar el resto del Servicio debido a que las prendas de oro le traían más honor al Beit Hamikdash.
Durante el día, se cambiaba de ropa cinco veces. Antes y después de cada muda de ropa, vertía agua de una jarra de oro designada para tal fin sobre sus pies y manos, de modo que los lavaba en total diez veces. Cada vez que mudaba de ropa también debía sumergirse en la mikvá.

(selección extraída del libro «El Midrash Dice», por el Rabino Moshe Weissman © Ed. Benei Sholem)

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AYUNO DEL 17 DE TAMUZ צוֹם שִבְעָה עָשָׂר בְּתַמּוּז‎ (Jueves 9 de Julio de 2009)(II)

El Beit Hamikdash (templo) en su gloria

El Beit Hamikdash era la sagrada morada de Hashem. ¡Qué halo providencial reinaba entre el pueblo de Israel y el Creador del Universo! ¡Cuánta santidad y belleza habla en esa espléndida mansión!

Ciertamente, durante los días en que el Beit Hamikdash existía, no había en todo el mundo una construcción tan extraordinaria como ésta, construida con grandes y pesadas piedras, acomodadas de modo excepcional. Algunas estaban recubiertas con un mármol verde azulado, similar al oleaje marino, lo que transmitía paz al observador.
Todos los portones del Beit Hamikdash estaban hechos de oro puro, lo mismo que la mayoría de los utensilios utilizados en el Templo. Allí había miles de candelabros decorados con flores y botones de oro, y al ser encendidos, el Beit Hamikdash quedaba inmerso en un mar de luz.

El Templo se encontraba dividido en dos grandes partes: el hall del Templo -heijal- y el patio del Templo (azara). En el hall estaban dispuestos tres de los más importantes utensilios del Templo. En el sector sur se ubicaba la menorá de oro, compuesta de siete brazos; en el sector norte se ubicaba la mesa del lejem hapanim (mesa con la ofrenda del pan), y en el centro del hall, se erigía el altar de oro, utilizado para los inciensos. En el extremo del hall había otra habitación: el Kodesh Hakodashim, el sitio de máxima santidad del Templo. Dos cortinas adornadas con hilos de oro cubrían su entrada y lo separaban del hall. Mas nadie corría estas cortinas ni ingresaba al Kodesh Hakodashim, salvo el Gran Sacerdote, una vez al año: el día de Yom Kipur.

¿Qué había en el Kodesh Hakodashim?

En este sagrado lugar se encontraba el arca que guardaba en su interior los Diez Mandamientos. El arca poseía una cobertura de oro, y sobre la misma había dos querubines de oro puro. Los querubines extendían sus alas una sobre otra simbolizando el amor de Hashem por Israel.

El Segundo Templo ya no contaba con el arca y en su lugar se encontraba la «piedra fundamental» -even hashtia- llamada de este modo porque a partir de ella se creó el mundo.

Desde el hall del Templo, doce escalones conducían al patio de los sacerdotes. Se trataba de un patio de grandes dimensiones en el que se encontraba el altar de cobre, denominado también altar externo. Sobre este gran altar se ofrecían la mayoría de los sacrificios del Beit Hamikdash.

Otro importante utensilio del Templo se encontraba en el patio de los sacerdotes. Se trataba del lavabo -kior- de cobre brillante en el que los sacerdotes lavaban sus manos y sus pies antes de prestar su servicio en el Templo.

Cerca del patio de los sacerdotes se encontraba el patio de los israelitas. En este inmenso patio se concentraba todo el. pueblo de Israel que peregrinaba a Jerusalén y acudía al Templo para rezar y ofrecer sus sacrificios. Y aunque esta masa humana era muy numerosa, llegando a miles de personas, de todos modos el patio los contenta. Inclusive un milagro solía producirse: «El pueblo se encontraba amontonado mas se arrodillaban holgadamente».

En la esquina del patio de los israelitas se abría una habitación de suma significación denominada Lishkat Hagazit. Alli se reunía el Sanhedrín para juzgar casos monetarios y casos de vida y muerte, resolviendo todos los conflictos del pueblo. También en la Lishkat Hagazit se aclaraban y se enseñaban las leyes de la Torá. De este modo, el peregrinaje a Jerusalén representaba una oportunidad estupenda para que el pueblo estudiara Tora. Al regresar a sus hogares llevaban consigo las enseñanzas de los sabios. De este modo cumplían el versículo que enseña: «Porque de Tzión saldrá la Torá y de Jerusalén la palabra de Hashem».

Cercano al patio de los israelitas se ubicaba otra extensión de grandes dimensiones: el patio de mujeres. Allí se reunían las mujeres y las niñas separadas de los hombres, a fin de cumplir estrictamente las normas de recato. Quince escalones separaban el patio de las mujeres del patio de los israelitas. En cada escalón se ubicaban los levitas y entonaban los quince cánticos graduales del Libro de los Salmos: Tehilim. Los levitas cantaban con afinadas voces y acompañaban sus cánticos, con arpas, flautas y címbalos. Sus maravillosas melodías alegraban los corazones y colmaban de felicidad a quienes ascendían a Jerusalén.

Al comienzo de la escalera habla una magnífica puerta -La Puerta de Nikanor- por la que se ingresaba en el patio de las mujeres. ¿Por qué era llamada de este modo? Esto lo relatan nuestros sabios en el Tratado de Yomá.

Un hombre judío llamado Nikanor deseaba entregar una donación al Beit Hamikdash. Se dirigió a Alejandria, en Egipto, y alli hizo preparar por expertos artesanos dos bellas puertas de cobre para el Templo. Las cargó sobre el barco con la intención de transportarlas hasta la Tierra de Israel. Durante el viaje una fuerte tormenta azotó la embarcación hasta el punto que la nave estaba a punto de quebrarse. Los marineros y el capitán del barco pensaron de qué modo alivianar la carga, y al observar las pesadas puertas de cobre, tomaron una y la arrojaron al mar. Sin embargo las aguas no calmaron su furia. Mas al pretender arrojar la segunda puerta, Nikanor se amarró a la misma y. exclamó: «¡Arrójenme con ella!». De pronto el mar se calmó y no hubo necesidad de arrojarlo. Un gran pesar invadió a Nikanor por la primera puerta, mas algo maravilloso sucedió. Cuando el barco arribó al puerto de Ako, observaron que la puerta arrojada al mar se encontraba debajo de la embarcación. De este modo mereció Nikanor que un milagro sucediera gracias a su total disposición y entrega en beneficio del Templo. Las puertas fueron dispuestas en el Templo y denominadas «La puerta de Nikanor».

Mas no fue éste el único milagro acontecido en beneficio del Templo. En el Tratado de Avot, nuestros sabios relatan otros milagros sucedidos en el Beit Hamikdash:

1) A pesar de la gran cantidad de carne ofrecida en sacrificio, jamás hedió, como así tampoco se vio una mosca en el sitio donde se degollaban los sacrificios.

2) El fuego en el que se quemaban los sacrificios era encendido en un sitio abierto, y sin embargo jamás las lluvias lo apagaron.

3) La columna de humo que ascendía de los sacrificios no era llevada por el viento ni inclinada en dirección alguna. Por el contrario, siempre subía de modo recto hasta el cielo.

4) Jamás se encontró defecto que descalificara la ofrenda del omer, la ofrenda de los panes de la fiesta de Shavuot o la de los panes de proposición. Igualmente, el pan de la proposición nunca fue descubierto seco sino siempre fresco como el día de su horneado.

5) Jamás una serpiente o escorpión dañó a una persona en Jerusalén, y nunca se dio el caso de que un hombre se quejara diciendo que era estrecho el sitio donde pernoctara en Jerusalén.

Hashem efectuaba milagros en el Templo y de este modo demostraba su afecto por Israel. La Providencia moraba sobre el Templo, otorgándole una inigualable belleza lo mismo que una impresionante santidad interna. La belleza del Templo también atraía a los habitantes de otras naciones, quienes al observarlo no cabían de asombro.

El Primer Templo y el comienzo de su caída

El rey Salomón construyó el Primer Templo 480 años después que los judíos salieron de Egipto. Siete años se prolongó su construcción y durante este período ninguno de los obreros del rey sufrió enfermedad alguna; ninguna herramienta se rompió, ningún material se extravió. Una vez concluida la tarea, el Templo fue erigido, y el rey Salomón convocó a todo el pueblo en el Beit Hamikdash en el mes de Tishrei, para que todos juntos celebraran su inauguración. En este instante tan aguardado y festivo, el rey Salomón profundamente emocionado bendijo al pueblo.

Tras la inauguración del Beit Hamikdash, Hashem se reveló al rey Salomón a través de un sueño y le dijo: «He escuchado tu plegaria y tu ruego… y si marchas por mi senda… íntegra y rectamente… mantendré eternamente tu reino en Israel». Mas Hashem le aclaró qué sucederla si ellos y sus descendientes si no cuidaban los mandamientos y las leyes: «Y arrancaré al pueblo de Israel de sobre esta tierra y también esta Casa destruiré. Y entonces todos preguntarán: ¿Por qué Hashem hizo tales actos con esta tierra y esta Casa?».

Este fue el mensaje divino revelado al rey Salomón. Y ciertamente, durante la época del rey Salomón, el pueblo cuidó estrictamente las mitzvot (preceptos), e Israel mereció vivir una etapa brillante de paz y tranquilidad. El reino de Salomón logró estabilidad y cada cual pudo sentarse calmamente «bajo su viña y bajo su higuera».

El Beit Hamikdash permaneció en pie durante 410 años. Mas el pueblo de Israel se apartó del camino indicado por Hashem y marchó tras otros dioses, y ya en los días de Rejavam, hijo de Salomón, el reino de David fue dividido. Diez tribus de Israel proclamaron por rey a Ierovam ben Navat, conformando el reino de Israel y estableciendo a Shomrón por capital. Por otra parte, las tribus de Iehudá y Biniamin proclamaron por rey a Rejavam, hijo de Salomón, continuando con el reino de Iehudá y aceptando a Jerusalén por capital.

A partir de entonces el reino de Israel quedó separado en dos reinos, generando entre ellos una gran disputa hasta el punto de provocar la guerra entre los mismos hermanos. Por desgracia, tanto la tribu de Iehudá como las diez restantes continuaron pecando. Rendían culto a dioses extraños, colocaron altares en cada montaña y debajo de cada árbol, y siguieron el camino de las demás naciones. Mas Hashem no los castigó inmediatamente. Durante cien años les envió profetas que advirtieron al pueblo y les rogaron que se arrepintieran. Sin embargo todo fue en vano. Ellos no se arrepintieron y continuaron pecando y transgrediendo.

En especial continuó pecando el reino de Israel, hasta que la copa se rebasó. Hashem envió a Shomrón a Shalmaneser, el rey de Ashur, quien exilió a las diez tribus y al rey Hoshea ben Ela a la tierra de Ashur, y hasta nuestros dias nadie conoce su exacto paradero. En la Tierra de Israel sólo quedaron los miembros de la tribu de Iehudá. En aquellos dias reinaba Jizkiahu, quien siguió rectamente el camino de Hashem, tal tomo lo hiciera el rey David. Fortificó y profundizó en el pueblo el estudio de la Torá y el cumplimiento de las mitzvot; terminó con los altares y destruyó los ídolos a los que el pueblo servía. Así, el rey logró el arrepentimiento y la recomposición de su generación. Mas al morir ascendió al trono su hijo Menashé, y nuevamente volvió a apartarse del buen camino. Hizo, rotundamente, lo malo para el Creador. Construyó nuevamente los altares de culto al Baal, y dentro mismo de los patios del Beit Hamikdash construyó altares para servir a todas las constelaciones celestiales. Colocó un ídolo dentro del Beit Hamikdash, y renovó el culto a Molej. Durante su reinado también fue derramada la sangre de muchos hombres justos e inocentes.

Los actos de Menashé terminaron por colmar la paciencia divina en referencia al reino de Iehudá. Hashem les envió a los profetas Najum y Jabakuk, quienes profetizaron sobre el final de Jerusalén y el reino de Iehudá. Por medio de tanta dura profecía era advertido el pueblo, mas sin resultado alguno. También el hijo de Menashé, Amón, siguió los pasos de su padre y arrastró al pecado al pueblo entero.

Sin embargo tras la muerte de Amón, ascendió Ioshiahu al trono de Iehudá, e hizo lo recto ante el Creador, quemando y terminando con todos los ídolos. Mas ya se había establecido el decreto divino y no alcanzó a calmar la ira divina provocada por las transgresiones de Menashé. Durante la vida de Ioshiahu no acaecieron calamidades, y gracias a su justicia el reino de Iehudá se mantuvo seguro y el Beit Hamikdash no perdió su estabilidad. Solo después de su muerte comenzaron los primeros signos de destrucción en Jerusalén y Iehudá.

La caída del Primer Templo

Un duro sitio

En el noveno año del reinado de Tzidkiahu, el décimo dia del mes de Tevet, se estableció el sitio a Jerusalén. Desde las alturas de las murallas podía observarse el numeroso ejército, verdaderamente incontable. Los babilonios aparecían como un panal de abejas; cada cual ocupado en sus tareas especificas. Rodearon la ciudad y erigieron catapultas a fin de voltear las murallas con mayor facilidad.

Tres años y medio se prolongó el sitio a Jerusalén. Cada día Nevuzaradán rodeaba la ciudad e intentaba nuevos métodos para derrumbar las murallas aunque sin éxito alguno: no logró voltear los muros ni conquistar la ciudad. Mientras Nevuzaradán consideraba la posibilidad de regresar, Hashem puso en su mente una idea: medir la altura de las murallas de la ciudad. Para su sorpresa, descubrió que las murallas encogían su altura cada dia ¡esto era, sin duda, producto de la mano divina! La intención era entregar Jerusalén en manos enemigas. Una gran alegría invadió a Nevuzaradán al descubrir lo que sucedía con los muros, y con renovada esperanza fortificó el sitio a la ciudad.

Víctimas del hambre y la sed

Jerusalén se encontraba encerrada: nadie podía entrar ni salir de la ciudad. Dentro de los muros el hambre crecía cada día. Los habitantes de Jerusalén ya habían vaciado completamente sus depósitos. Igualmente, las hierbas silvestres comestibles ya hablan sido recolectadas. También el pan escaseaba, y junto con éste los demás alimentos. Los habitantes de Jerusalén intentaron entablar conversación con los soldados de Nabucodonosor. Desde las alturas gritaban a los enemigos: «Soldados caldeos, tenemos una propuesta para hacerles. Si nos entregan pan, les bajaremos a cambio canastas repletas de oro»

Los soldados aceptaron la propuesta. Al dia siguiente, los habitantes de Jerusalén hicieron descender de las alturas de la muralla una canasta repleta de oro. Los soldados enemigos vaciaron la canasta y la llenaron de trigo, el cual fue molido, preparado y comido por los hebreos. Transcurridos algunos días los habitantes de Jerusalén volvieron a descender una canasta repleta de oro, y nuevamente los hombres de Nabucodonosor la vaciaron y la colmaron con cebada. Los israelitas subieron la canasta, prepararon los granos y se alimentaron durante varios dias. La tercera vez los soldados tomaron el oro y colmaron la canasta con paja. La cuarta tomaron el oro y devolvieron la canasta vacía. Notando los israelitas que los babilonios los engañaban y sólo pretendían la plata y el oro, interrumpieron este sistema de intercambio.

Mas el hambre azotaba terriblemente a la ciudad. También el agua escaseaba. El sufrimiento de los habitantes de Jerusalén comenzó a tornarse insoportable. Ahora descubrían los israelitas la veracidad de las palabras del profeta Irmiahu en la Megilat Eijá. Ciertamente Jerusalén aparecía como una ciudad fantasmal. Un silencio absoluto y cortante habitaba sus callejuelas. Cientos de cadáveres, producto del hambre y la sed, se encontraban desparramados por la ciudad; nadie tenla fuerza de enterrarlos. Un hediondo olor invadía el aire. Los que aún no habían muerto de hambre marchaban sigilosos como sombras, deambulando sin rumbo fijo como perros hambrientos buscando comida en los rincones. Revisaban los tachos de basura. Otros se acostaban en la entrada de sus casas, desalentados, aguardando su muerte segura.

Una mujer de Jerusalén dijo a su marido llorando: «¡Por favor! Elige la mejor de mis joyas y compra en el mercado un pedazo de pan. Por favor, sólo un trozo de pan». Conmovido ante el pedido de su esposa, el hombre eligió la más bella de sus piedras, y se dirigió al mercado con la intención de comprar un pedazo de pan para calmar el hambre de su esposa y su hijo. Durante largas horas deambuló por las calles de la ciudad sin encontrar ni un solo un pedazo de pan duro. Golpeado por el desaliento y la decepción, fue presa de un fuerte mareo que lo arrojó muerto sobre la tierra. Con suma impaciencia la mujer aguardaba la llegada de su esposo. Al notar su demora, dijo a su hijo: «Sé valiente, mi hijo, y busca a tu padre». El hijo hambriento emprendió la búsqueda. Al encontrar a su padre, muerto, se arrojó sobre el cuerpo inerte, y mientras lo abrazaba fuertemente perdió también su vida.

El sufrimiento provocado por el hambre y la sed era compartido por los habitantes de Jerusalén. El hambre no distinguía entre pobres y ricos. Ni siquiera a cambio de plata y oro era posible conseguir comida en la ciudad.

Uno de los hombres más ricos del lugar, poseedor de una gran fortuna, llamó a su sirviente y le dijo: «Toma toda mi plata, mi oro y mis piedras preciosas y consígueme un poco de agua para calmar mi terrible sed». El sirviente tomó plata, oro y piedras preciosas del tesoro de su amo, y marchó con la intención de comprar agua. Al notar que su esclavo demoraba, el millonario subió al techo de su espléndida mansión para observar qué sucedía con su enviado. De pronto vio que retornaba con la vasija vacia en su mano. El rico gritó amargamente a su sirviente: «Rompe esa vasija ¿qué utilidad tiene si esta vacia?». El sirviente cumplió el pedido de su amo y rompió la vasija en cientos de pedazos. Entonces el hombre rico saltó del techo de su mansión sobre la vasija destrozada, y su cuerpo se quebró completamente ante la severidad del impacto.

Durante dieciocho meses se prolongó la hambruna en Jerusalén, período en el que tampoco cesó el enfrentamiento entre los soldados de Iehudá y los de Nabucodonosor. Muy especialmente se destacó la valentia de Avika ben Gavtari, quien subió a la muralla y exclamó: ¡Quien esté a favor de Jerusalén y de su Templo que me siga!». Al escuchar su convocatoria, numerosos valientes de Israel lo siguieron y enfrentaron al ejército babilónico. A pesar de su hambre y su debilidad, lograron provocar numerosas bajas en las filas enemigas. Los soldados caldeos arrojaban incontables flechas en dirección de Avika, mas éste las atrapaba con sus enormes manos y las arrojaba nuevamente al corazón de los enemigos. De este modo cayeron muchos de los soldados que sitiaban la ciudad. Mas el hambre y la sed determinaron el destino de los habitantes de Jerusalén. La oposición de los israelitas se debilitó, las murallas de la ciudad fueron volteadas, y de este modo logró ingresar a Jerusalén el poderoso

(Selección extraída del libro «Jerusalem de Oro», © Ed. Jerusalem de México)

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AYUNO DEL 17 DE TAMUZ צוֹם שִבְעָה עָשָׂר בְּתַמּוּז‎ (Jueves 9 de Julio de 2009)(II)

El Beit Hamikdash (templo) en su gloria

El Beit Hamikdash era la sagrada morada de Hashem. ¡Qué halo providencial reinaba entre el pueblo de Israel y el Creador del Universo! ¡Cuánta santidad y belleza habla en esa espléndida mansión!

Ciertamente, durante los días en que el Beit Hamikdash existía, no había en todo el mundo una construcción tan extraordinaria como ésta, construida con grandes y pesadas piedras, acomodadas de modo excepcional. Algunas estaban recubiertas con un mármol verde azulado, similar al oleaje marino, lo que transmitía paz al observador.
Todos los portones del Beit Hamikdash estaban hechos de oro puro, lo mismo que la mayoría de los utensilios utilizados en el Templo. Allí había miles de candelabros decorados con flores y botones de oro, y al ser encendidos, el Beit Hamikdash quedaba inmerso en un mar de luz.

El Templo se encontraba dividido en dos grandes partes: el hall del Templo -heijal- y el patio del Templo (azara). En el hall estaban dispuestos tres de los más importantes utensilios del Templo. En el sector sur se ubicaba la menorá de oro, compuesta de siete brazos; en el sector norte se ubicaba la mesa del lejem hapanim (mesa con la ofrenda del pan), y en el centro del hall, se erigía el altar de oro, utilizado para los inciensos. En el extremo del hall había otra habitación: el Kodesh Hakodashim, el sitio de máxima santidad del Templo. Dos cortinas adornadas con hilos de oro cubrían su entrada y lo separaban del hall. Mas nadie corría estas cortinas ni ingresaba al Kodesh Hakodashim, salvo el Gran Sacerdote, una vez al año: el día de Yom Kipur.

¿Qué había en el Kodesh Hakodashim?

En este sagrado lugar se encontraba el arca que guardaba en su interior los Diez Mandamientos. El arca poseía una cobertura de oro, y sobre la misma había dos querubines de oro puro. Los querubines extendían sus alas una sobre otra simbolizando el amor de Hashem por Israel.

El Segundo Templo ya no contaba con el arca y en su lugar se encontraba la «piedra fundamental» -even hashtia- llamada de este modo porque a partir de ella se creó el mundo.

Desde el hall del Templo, doce escalones conducían al patio de los sacerdotes. Se trataba de un patio de grandes dimensiones en el que se encontraba el altar de cobre, denominado también altar externo. Sobre este gran altar se ofrecían la mayoría de los sacrificios del Beit Hamikdash.

Otro importante utensilio del Templo se encontraba en el patio de los sacerdotes. Se trataba del lavabo -kior- de cobre brillante en el que los sacerdotes lavaban sus manos y sus pies antes de prestar su servicio en el Templo.

Cerca del patio de los sacerdotes se encontraba el patio de los israelitas. En este inmenso patio se concentraba todo el. pueblo de Israel que peregrinaba a Jerusalén y acudía al Templo para rezar y ofrecer sus sacrificios. Y aunque esta masa humana era muy numerosa, llegando a miles de personas, de todos modos el patio los contenta. Inclusive un milagro solía producirse: «El pueblo se encontraba amontonado mas se arrodillaban holgadamente».

En la esquina del patio de los israelitas se abría una habitación de suma significación denominada Lishkat Hagazit. Alli se reunía el Sanhedrín para juzgar casos monetarios y casos de vida y muerte, resolviendo todos los conflictos del pueblo. También en la Lishkat Hagazit se aclaraban y se enseñaban las leyes de la Torá. De este modo, el peregrinaje a Jerusalén representaba una oportunidad estupenda para que el pueblo estudiara Tora. Al regresar a sus hogares llevaban consigo las enseñanzas de los sabios. De este modo cumplían el versículo que enseña: «Porque de Tzión saldrá la Torá y de Jerusalén la palabra de Hashem».

Cercano al patio de los israelitas se ubicaba otra extensión de grandes dimensiones: el patio de mujeres. Allí se reunían las mujeres y las niñas separadas de los hombres, a fin de cumplir estrictamente las normas de recato. Quince escalones separaban el patio de las mujeres del patio de los israelitas. En cada escalón se ubicaban los levitas y entonaban los quince cánticos graduales del Libro de los Salmos: Tehilim. Los levitas cantaban con afinadas voces y acompañaban sus cánticos, con arpas, flautas y címbalos. Sus maravillosas melodías alegraban los corazones y colmaban de felicidad a quienes ascendían a Jerusalén.

Al comienzo de la escalera habla una magnífica puerta -La Puerta de Nikanor- por la que se ingresaba en el patio de las mujeres. ¿Por qué era llamada de este modo? Esto lo relatan nuestros sabios en el Tratado de Yomá.

Un hombre judío llamado Nikanor deseaba entregar una donación al Beit Hamikdash. Se dirigió a Alejandria, en Egipto, y alli hizo preparar por expertos artesanos dos bellas puertas de cobre para el Templo. Las cargó sobre el barco con la intención de transportarlas hasta la Tierra de Israel. Durante el viaje una fuerte tormenta azotó la embarcación hasta el punto que la nave estaba a punto de quebrarse. Los marineros y el capitán del barco pensaron de qué modo alivianar la carga, y al observar las pesadas puertas de cobre, tomaron una y la arrojaron al mar. Sin embargo las aguas no calmaron su furia. Mas al pretender arrojar la segunda puerta, Nikanor se amarró a la misma y. exclamó: «¡Arrójenme con ella!». De pronto el mar se calmó y no hubo necesidad de arrojarlo. Un gran pesar invadió a Nikanor por la primera puerta, mas algo maravilloso sucedió. Cuando el barco arribó al puerto de Ako, observaron que la puerta arrojada al mar se encontraba debajo de la embarcación. De este modo mereció Nikanor que un milagro sucediera gracias a su total disposición y entrega en beneficio del Templo. Las puertas fueron dispuestas en el Templo y denominadas «La puerta de Nikanor».

Mas no fue éste el único milagro acontecido en beneficio del Templo. En el Tratado de Avot, nuestros sabios relatan otros milagros sucedidos en el Beit Hamikdash:

1) A pesar de la gran cantidad de carne ofrecida en sacrificio, jamás hedió, como así tampoco se vio una mosca en el sitio donde se degollaban los sacrificios.

2) El fuego en el que se quemaban los sacrificios era encendido en un sitio abierto, y sin embargo jamás las lluvias lo apagaron.

3) La columna de humo que ascendía de los sacrificios no era llevada por el viento ni inclinada en dirección alguna. Por el contrario, siempre subía de modo recto hasta el cielo.

4) Jamás se encontró defecto que descalificara la ofrenda del omer, la ofrenda de los panes de la fiesta de Shavuot o la de los panes de proposición. Igualmente, el pan de la proposición nunca fue descubierto seco sino siempre fresco como el día de su horneado.

5) Jamás una serpiente o escorpión dañó a una persona en Jerusalén, y nunca se dio el caso de que un hombre se quejara diciendo que era estrecho el sitio donde pernoctara en Jerusalén.

Hashem efectuaba milagros en el Templo y de este modo demostraba su afecto por Israel. La Providencia moraba sobre el Templo, otorgándole una inigualable belleza lo mismo que una impresionante santidad interna. La belleza del Templo también atraía a los habitantes de otras naciones, quienes al observarlo no cabían de asombro.

El Primer Templo y el comienzo de su caída

El rey Salomón construyó el Primer Templo 480 años después que los judíos salieron de Egipto. Siete años se prolongó su construcción y durante este período ninguno de los obreros del rey sufrió enfermedad alguna; ninguna herramienta se rompió, ningún material se extravió. Una vez concluida la tarea, el Templo fue erigido, y el rey Salomón convocó a todo el pueblo en el Beit Hamikdash en el mes de Tishrei, para que todos juntos celebraran su inauguración. En este instante tan aguardado y festivo, el rey Salomón profundamente emocionado bendijo al pueblo.

Tras la inauguración del Beit Hamikdash, Hashem se reveló al rey Salomón a través de un sueño y le dijo: «He escuchado tu plegaria y tu ruego… y si marchas por mi senda… íntegra y rectamente… mantendré eternamente tu reino en Israel». Mas Hashem le aclaró qué sucederla si ellos y sus descendientes si no cuidaban los mandamientos y las leyes: «Y arrancaré al pueblo de Israel de sobre esta tierra y también esta Casa destruiré. Y entonces todos preguntarán: ¿Por qué Hashem hizo tales actos con esta tierra y esta Casa?».

Este fue el mensaje divino revelado al rey Salomón. Y ciertamente, durante la época del rey Salomón, el pueblo cuidó estrictamente las mitzvot (preceptos), e Israel mereció vivir una etapa brillante de paz y tranquilidad. El reino de Salomón logró estabilidad y cada cual pudo sentarse calmamente «bajo su viña y bajo su higuera».

El Beit Hamikdash permaneció en pie durante 410 años. Mas el pueblo de Israel se apartó del camino indicado por Hashem y marchó tras otros dioses, y ya en los días de Rejavam, hijo de Salomón, el reino de David fue dividido. Diez tribus de Israel proclamaron por rey a Ierovam ben Navat, conformando el reino de Israel y estableciendo a Shomrón por capital. Por otra parte, las tribus de Iehudá y Biniamin proclamaron por rey a Rejavam, hijo de Salomón, continuando con el reino de Iehudá y aceptando a Jerusalén por capital.

A partir de entonces el reino de Israel quedó separado en dos reinos, generando entre ellos una gran disputa hasta el punto de provocar la guerra entre los mismos hermanos. Por desgracia, tanto la tribu de Iehudá como las diez restantes continuaron pecando. Rendían culto a dioses extraños, colocaron altares en cada montaña y debajo de cada árbol, y siguieron el camino de las demás naciones. Mas Hashem no los castigó inmediatamente. Durante cien años les envió profetas que advirtieron al pueblo y les rogaron que se arrepintieran. Sin embargo todo fue en vano. Ellos no se arrepintieron y continuaron pecando y transgrediendo.

En especial continuó pecando el reino de Israel, hasta que la copa se rebasó. Hashem envió a Shomrón a Shalmaneser, el rey de Ashur, quien exilió a las diez tribus y al rey Hoshea ben Ela a la tierra de Ashur, y hasta nuestros dias nadie conoce su exacto paradero. En la Tierra de Israel sólo quedaron los miembros de la tribu de Iehudá. En aquellos dias reinaba Jizkiahu, quien siguió rectamente el camino de Hashem, tal tomo lo hiciera el rey David. Fortificó y profundizó en el pueblo el estudio de la Torá y el cumplimiento de las mitzvot; terminó con los altares y destruyó los ídolos a los que el pueblo servía. Así, el rey logró el arrepentimiento y la recomposición de su generación. Mas al morir ascendió al trono su hijo Menashé, y nuevamente volvió a apartarse del buen camino. Hizo, rotundamente, lo malo para el Creador. Construyó nuevamente los altares de culto al Baal, y dentro mismo de los patios del Beit Hamikdash construyó altares para servir a todas las constelaciones celestiales. Colocó un ídolo dentro del Beit Hamikdash, y renovó el culto a Molej. Durante su reinado también fue derramada la sangre de muchos hombres justos e inocentes.

Los actos de Menashé terminaron por colmar la paciencia divina en referencia al reino de Iehudá. Hashem les envió a los profetas Najum y Jabakuk, quienes profetizaron sobre el final de Jerusalén y el reino de Iehudá. Por medio de tanta dura profecía era advertido el pueblo, mas sin resultado alguno. También el hijo de Menashé, Amón, siguió los pasos de su padre y arrastró al pecado al pueblo entero.

Sin embargo tras la muerte de Amón, ascendió Ioshiahu al trono de Iehudá, e hizo lo recto ante el Creador, quemando y terminando con todos los ídolos. Mas ya se había establecido el decreto divino y no alcanzó a calmar la ira divina provocada por las transgresiones de Menashé. Durante la vida de Ioshiahu no acaecieron calamidades, y gracias a su justicia el reino de Iehudá se mantuvo seguro y el Beit Hamikdash no perdió su estabilidad. Solo después de su muerte comenzaron los primeros signos de destrucción en Jerusalén y Iehudá.

La caída del Primer Templo

Un duro sitio

En el noveno año del reinado de Tzidkiahu, el décimo dia del mes de Tevet, se estableció el sitio a Jerusalén. Desde las alturas de las murallas podía observarse el numeroso ejército, verdaderamente incontable. Los babilonios aparecían como un panal de abejas; cada cual ocupado en sus tareas especificas. Rodearon la ciudad y erigieron catapultas a fin de voltear las murallas con mayor facilidad.

Tres años y medio se prolongó el sitio a Jerusalén. Cada día Nevuzaradán rodeaba la ciudad e intentaba nuevos métodos para derrumbar las murallas aunque sin éxito alguno: no logró voltear los muros ni conquistar la ciudad. Mientras Nevuzaradán consideraba la posibilidad de regresar, Hashem puso en su mente una idea: medir la altura de las murallas de la ciudad. Para su sorpresa, descubrió que las murallas encogían su altura cada dia ¡esto era, sin duda, producto de la mano divina! La intención era entregar Jerusalén en manos enemigas. Una gran alegría invadió a Nevuzaradán al descubrir lo que sucedía con los muros, y con renovada esperanza fortificó el sitio a la ciudad.

Víctimas del hambre y la sed

Jerusalén se encontraba encerrada: nadie podía entrar ni salir de la ciudad. Dentro de los muros el hambre crecía cada día. Los habitantes de Jerusalén ya habían vaciado completamente sus depósitos. Igualmente, las hierbas silvestres comestibles ya hablan sido recolectadas. También el pan escaseaba, y junto con éste los demás alimentos. Los habitantes de Jerusalén intentaron entablar conversación con los soldados de Nabucodonosor. Desde las alturas gritaban a los enemigos: «Soldados caldeos, tenemos una propuesta para hacerles. Si nos entregan pan, les bajaremos a cambio canastas repletas de oro»

Los soldados aceptaron la propuesta. Al dia siguiente, los habitantes de Jerusalén hicieron descender de las alturas de la muralla una canasta repleta de oro. Los soldados enemigos vaciaron la canasta y la llenaron de trigo, el cual fue molido, preparado y comido por los hebreos. Transcurridos algunos días los habitantes de Jerusalén volvieron a descender una canasta repleta de oro, y nuevamente los hombres de Nabucodonosor la vaciaron y la colmaron con cebada. Los israelitas subieron la canasta, prepararon los granos y se alimentaron durante varios dias. La tercera vez los soldados tomaron el oro y colmaron la canasta con paja. La cuarta tomaron el oro y devolvieron la canasta vacía. Notando los israelitas que los babilonios los engañaban y sólo pretendían la plata y el oro, interrumpieron este sistema de intercambio.

Mas el hambre azotaba terriblemente a la ciudad. También el agua escaseaba. El sufrimiento de los habitantes de Jerusalén comenzó a tornarse insoportable. Ahora descubrían los israelitas la veracidad de las palabras del profeta Irmiahu en la Megilat Eijá. Ciertamente Jerusalén aparecía como una ciudad fantasmal. Un silencio absoluto y cortante habitaba sus callejuelas. Cientos de cadáveres, producto del hambre y la sed, se encontraban desparramados por la ciudad; nadie tenla fuerza de enterrarlos. Un hediondo olor invadía el aire. Los que aún no habían muerto de hambre marchaban sigilosos como sombras, deambulando sin rumbo fijo como perros hambrientos buscando comida en los rincones. Revisaban los tachos de basura. Otros se acostaban en la entrada de sus casas, desalentados, aguardando su muerte segura.

Una mujer de Jerusalén dijo a su marido llorando: «¡Por favor! Elige la mejor de mis joyas y compra en el mercado un pedazo de pan. Por favor, sólo un trozo de pan». Conmovido ante el pedido de su esposa, el hombre eligió la más bella de sus piedras, y se dirigió al mercado con la intención de comprar un pedazo de pan para calmar el hambre de su esposa y su hijo. Durante largas horas deambuló por las calles de la ciudad sin encontrar ni un solo un pedazo de pan duro. Golpeado por el desaliento y la decepción, fue presa de un fuerte mareo que lo arrojó muerto sobre la tierra. Con suma impaciencia la mujer aguardaba la llegada de su esposo. Al notar su demora, dijo a su hijo: «Sé valiente, mi hijo, y busca a tu padre». El hijo hambriento emprendió la búsqueda. Al encontrar a su padre, muerto, se arrojó sobre el cuerpo inerte, y mientras lo abrazaba fuertemente perdió también su vida.

El sufrimiento provocado por el hambre y la sed era compartido por los habitantes de Jerusalén. El hambre no distinguía entre pobres y ricos. Ni siquiera a cambio de plata y oro era posible conseguir comida en la ciudad.

Uno de los hombres más ricos del lugar, poseedor de una gran fortuna, llamó a su sirviente y le dijo: «Toma toda mi plata, mi oro y mis piedras preciosas y consígueme un poco de agua para calmar mi terrible sed». El sirviente tomó plata, oro y piedras preciosas del tesoro de su amo, y marchó con la intención de comprar agua. Al notar que su esclavo demoraba, el millonario subió al techo de su espléndida mansión para observar qué sucedía con su enviado. De pronto vio que retornaba con la vasija vacia en su mano. El rico gritó amargamente a su sirviente: «Rompe esa vasija ¿qué utilidad tiene si esta vacia?». El sirviente cumplió el pedido de su amo y rompió la vasija en cientos de pedazos. Entonces el hombre rico saltó del techo de su mansión sobre la vasija destrozada, y su cuerpo se quebró completamente ante la severidad del impacto.

Durante dieciocho meses se prolongó la hambruna en Jerusalén, período en el que tampoco cesó el enfrentamiento entre los soldados de Iehudá y los de Nabucodonosor. Muy especialmente se destacó la valentia de Avika ben Gavtari, quien subió a la muralla y exclamó: ¡Quien esté a favor de Jerusalén y de su Templo que me siga!». Al escuchar su convocatoria, numerosos valientes de Israel lo siguieron y enfrentaron al ejército babilónico. A pesar de su hambre y su debilidad, lograron provocar numerosas bajas en las filas enemigas. Los soldados caldeos arrojaban incontables flechas en dirección de Avika, mas éste las atrapaba con sus enormes manos y las arrojaba nuevamente al corazón de los enemigos. De este modo cayeron muchos de los soldados que sitiaban la ciudad. Mas el hambre y la sed determinaron el destino de los habitantes de Jerusalén. La oposición de los israelitas se debilitó, las murallas de la ciudad fueron volteadas, y de este modo logró ingresar a Jerusalén el poderoso

(Selección extraída del libro «Jerusalem de Oro», © Ed. Jerusalem de México)

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Las Piedras del Kotel

Soy una piedra del Kotel, muro de la esperanza del pueblo judío. Soy una piedra muy antigua. Hace 2800 años pude ver de cerca la grandeza del Rey Salomón y la emoción inigualable cuando todo el pueblo judío, desde Dan hasta Beer Sheba, vinieron a inaugurar el Templo Sagrado, como un abrazo entre el hombre y Hashem. Vi muchos eventos en mi vida. He escuchado gritos de socorro y de alegría.

Unos de mis primeros recuerdos es aquel anciano judío que venía cada día a darme forma, para que pueda ser parte del Bet Hamikdash, nuestro Sagrado Templo. Lo escuché murmurar: «Hashem, yo sé que Tú no necesitas de este Templo, ni tampoco de mi roca, porque Tú eres infinito y ninguna construcción puede contenerte; pero esta es mi forma de expresarte mi gratitud y rendirte tributo y honor».

Año 420 AEC. Soy una piedra del Kotel, un trágico 9 de Av. Vi la caída del reino de Yehudá. El interior del Templo arde en llamas. Con dolor y lágrimas, el pueblo fue desterrado, y llevado a Babilonia. El hambre y la peste habían diezmado a mi pueblo. Como una madre extiendo mis brazos hacia mis hijos que se aferran a mí, pero el brutal enemigo los arranca de mi regazo.

Año 490 AEC. La alegría me invade, mis hijos regresan! Aunque todo es ruina humeante y maloliente, hombres, mujeres y niños se abocan a reconstruir, con la espada en una mano, para defenderse día y noche y la pala en la otra para construir la Gloria del Gran Templo.

Año 70, soy una piedra del Kotel, vi la caída del retoño judío, por el odio que impera entre ellos. Mientras ellos se pelean, otro trágico 9 de Av, los romanos conquistan Yerushalayim y queman el Templo, mientras mis hijos son dispersados por todos los confines, algunos como esclavos, otros para las arenas del circo romano, otros degollados junto a sus niños… me mantengo en pie por milagro, mas internamente me revuelco en dolor y tristeza, cual madre privada de sus hijos…

Año 1948, Soy una piedra del Kotel. Mi cuerpo fue sacudido por el grito: Viva el estado de Israel!, se escuchaba tan cerca… Pero mi corazón estaba aun triste, pues aun continuaba prisionera en manos árabes que no permitían a mi pueblo llegar hasta mí, desde lejos escuchaba sus suspiros y plegarias… mas sus manos no podían abrazarme aun…7).

Año 1967, Soy una piedra del Kotel, un atardecer, brazos cansados de luchar me abrazaron, lágrimas de felicidad y emoción me cubrieron y voces de jóvenes soldados gritaban sin cesar: “Yerushalaim es nuestra! El Kotel está en nuestras manos nuevamente!”. Hace casi 2800 años que estoy en pie, ninguna guerra logró derribarme, pero en este momento, la emoción que me embarga, me hace temblar…

Año 2002, Soy una piedra del Kotel, te estoy mirando y me estremezco, has vuelto a mí, a tu casa, la habitación más intima del pueblo judío. ¡Quizás te sientas un turista, pero comprende que este es tu hogar! ¡Tú no eres un turista, eres uno de mis hijos! Para que tú estés hoy aquí, dos padres lucharon por mantener su judaísmo, 4 abuelos más 8 bisabuelos más 16 tatarabuelos, desafiaron la maldad que pretendía borrarlos, cientos de personas mantuvieron su compromiso judío durante siglos para que hoy tú y yo nos podamos reencontrar cara a cara, como una madre con su pequeño y amado hijo. ¿Qué puedo expresarte? La alegría y la emoción me embargan, entiende que tu judaísmo no es algo que has heredado, sino que es algo que tomaste prestado de tus hijos y que debes entregárselo también a ellos, para que el día de mañana cuando tus hijos estén frente a mí, tal como tú estás hoy, pueda yo, esta vieja piedra del Kotel, recibirlos y emocionarse al verlos frente a mí, retornando a su hogar, y que tus hijos sigan siendo parte de mis hijos. Ese es el compromiso que, como una madre, hoy yo pacto contigo…

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