Parashat Devarim (Palabras)- 6 de Av 57770 ( 17 de Julio 2010)- Shabat Jazon

Primer comentario (Rab Daniel Oppenheimer, http://www.ajdut.com.ar)
Segundo comentario (Gentileza, http://www.judaicasite.com)
Tercer comentario (Selección de comentarios del Lubavitcher Rebe M.M. Schneerson, http://www.jabad.org.ar)

Primer comentario – ¡Los hombres no lloran!

Itzy y Shloime andaban distraídos por la calle, corriendo delante de sus padres, jugando a ver quién llegaba primero a la esquina. ¡Sucedió lo inevitable! Itzy se cayó y se lastimó. Volvió corriendo hacia su mamá.

«¡Me caí!» -exclamaba en medio de sus llantos, mientras la madre lo limpiaba y consolaba: «¡Vamos! ¡Dejá de llorar! ¿No ves que no te pasó nada? ¡Los hombres no lloran!» Itzy «obedeció» y dejó de llorar (por lo menos no sollozaba en voz alta, y no le hacía pasar vergüenza a la madre).
Esto le habrá sucedido a Ud. de chico y le volverá a suceder a sus pequeños. La pregunta será: ¿es así? ¿es verdad que «los hombres no lloran?» O, si lo queremos poner en otras palabras: ¿tiene algo de malo llorar, que por esa razón se vuelve motivo de menoscabo y embarazo?

La Torá nos cuenta que los judíos en Egipto sufrían a manos de los egipcios silenciosamente. Llegó el momento que murió el Faraón, aquel que había instituido todos aquellos terribles decretos en contra de los judíos. Fue entonces, que los judíos alzaron sus voces hacia D»s, Quien los escuchó y determinó que era el momento de redimirlos (Shmot 2:23-25).

La pregunta obvia es: ¿porqué los israelitas esperaron la muerte del Faraón para clamar y suspirar? ¿qué relación guarda el deceso del rey con el dolor de los judíos y su decisión de expresar su congoja?

Existen distintas respuestas a esta cuestión. El Rav Avraham Twersky («Growing each day») responde que hasta ese momento no querían manifestar públicamente su sufrimiento pues sentían vergüenza y timidez de hacerlo («Los hombres no lloran»). Aprovecharon, pues, el duelo nacional de los egipcios para gemir por su dolor particular sin que «se note» que sufrían.

¿Es incorrecta esta actitud? ¡No! – responde R. Twersky. Llorar por las pérdidas que uno sufrió es perfectamente humano. La necesidad de mostrarse estoico e imperturbable, es un invento de los seres humanos que responde al síndrome del «superman», que todo lo puede y que existe únicamente en las revistas (en la literatura antigua tenía otros nombres como «Aquiles» que era vulnerable únicamente en su talón y «Sigfrido» que era inerme solamente en su espalda, donde no había llegado la sangre del dragón…).

El Ramá (R. Moshé Isserles) escribió en «Torat Olá», que cuando el rey Nevujadnetzar vino a destruir el primer Bet HaMikdash (gran templo) , lo acompañó el filósofo griego Platón. Después de la destrucción, Platón encontró al profeta Irmiahu que estaba llorando y condoliéndose amargamente por la pérdida y el estrago. Le hizo, pues, dos preguntas: «1. ¿Acaso corresponde que un Sabio de su jerarquía intelectual esté llorando por un edificio que no es más que un montón de maderas y piedras?, y 2. ¿De qué sirven sus lágrimas ahora, cuando, de todos modos, ya está todo arruinado?» Irmiahu le respondió: «Platón: filósofo de renombre, Ud. sin duda debe tener muchas preguntas sorprendentes.» Platón inmediatamente comenzó a enumerar las cuestiones que lo conmovieron durante toda su vida, una por una. Irmiahu las escuchó y con breves frases respondió humildemente a los enigmas de Platón. «¡No puedo creer que exista una persona tan sabia!» – exclamó Platón asombrado. Irmiahu señaló las ruinas del Bet HaMikdash y respondió: «Toda esta profunda sabiduría la estudié a partir de estas «maderas y piedras». Ahora, acerca de tu segunda pregunta: «¿Porqué lloro sobre el pasado?», no te lo puedo responder pues no comprenderás la respuesta».

El R. Eliahu Lopian sz»l explicó la respuesta de Irmiahu en nombre de R. Simja Zisel de Kelm. La razón por la cual lloramos, no radica en el pasado, sino que, aunque los portales del cielo se cerraron en el momento del Jurbán (destrucción del Bet HaMikdash), los portales de las lágrimas
no se clausuraron jamás (Talmud Berajot 32:). Cada lágrima que vertimos, se acumula en el cielo y se suma a la reconstrucción del próximo Bet HaMikdash. Este concepto tan simple que cualquier judío lo puede entender, estaba más allá del alcance «racional» del famoso Platón. (R. Avraham Jaim Feuer shlit»a en su introducción a las Kinot de Artscroll)

A esta altura debemos aprender a diferenciar entre un llanto y otro. La naturaleza del llanto de la gente puede variar enormemente. En la misma Torá encontramos al pueblo sollozar y lamentarse por todo tipo de causas. En primer lugar está la aflicción y el desconsuelo por la pérdida de un ser querido, como ser el caso de la muerte de los hijos de Aharón, en donde Moshé ordenó que el pueblo lamentara su muerte llorando (Vaikrá 10:6). Encontramos otras ocasiones en las cuales los personajes más importantes lloraron al conocer un futuro triste por medio de visiones proféticas, tal como Ia»acov, cuando se encontró por primera vez con Rajel, sabiendo sobre la muerte prematura de ella y Iosef que lloró junto a su hermano Biniamín al vaticinar (ambos) la destrucción del Santuario de Shiló y los dos Bet HaMikdash (Bereshit 45:14). Hay demostraciones de alegría que se manifiestan por las lágrimas, como el caso donde Iosef se encuentra con sus hermanos y se las da a conocer finalmente (45:2). La emoción vuelve a dar lugar a lágrimas, cuando murió Ia-acov y Iosef se percató que los hermanos aún sospechaban de él que tomara venganza en su contra, demostrando así que la herida aún no había cicatrizado.

Eisav lloró exasperadamente, a su vez, cuando se enteró que la bendición que él había creído que había de recibir de su padre Itzjak, le había sido conferida a Ia-acov (Bereshit 27:38). Como pueblo, estas lágrimas que Ia-acov causó a Eisav, las debimos pagar con creces: «Les has dado de comer lágrimas por pan y los has abrevado con lágrimas en abundancia» (Tehilim 80:6). Sin embargo, como veremos, la naturaleza y la causa del llanto de Tishá Ba-Av es muy distinta. Cuando nos referimos a Tishá Be-Av, sumamos todas las consecuencias nefastas de la destrucción del Bet HaMikdash en la forma del exilio que sufrimos hasta el presente.

El origen de Tish-á Be-Av es muy anterior a la destrucción del Bet HaMikdash. Ya en el desierto, cuando parte de los espías que envió Moshé a la tierra de Israel trajeron un informe adverso, los judíos lloraron. Sin embargo, en aquella oportunidad, el llanto no solo no fue considerado y admitido por D»s, sino que fue duramente censurado por Él: «¿Uds. han llorado un llanto innecesario? ¡Yo os daré razón válida para llorar!» ¿Qué diferencia existe entre ambas ocasiones? Por qué vale la lamentación de Tish-á Be-Av, mientras que fue castigada la generación del desierto por llorar? La respuesta pasa por la característica del llanto. El duelo de llorar por una pérdida es humano y aceptable. El berrinche de los judíos en el desierto no se debió a una carencia o privación ocurrida, sino por la desconfianza en el futuro. Descreían del hecho que realmente podrían conquistar la tierra de Israel, con sus habitantes y guerreros fuertemente pertrechados. Habiendo visto los macabros milagros que ocurrieron frente a sus ojos en Egipto y durante el cruce del Mar Rojo, comiendo diariamente un pan celestial, bebiendo un agua maravillosa y estando protegidos por nubes Di-vinas, se esperaba de ellos más confianza en D»s. Este llanto de temor y prejuicio, fue el testimonio que efectivamente no estaban a la altura de ingresar a la tierra y la causa de los males posteriores. Una queja similar ya había ocurrido poco antes cuando dice el versículo que el pueblo «lloraba por sus familias» (B-Midbar 11:10), molesto por el rigor de lo que se les exigía como judíos.

Dicen en nombre del Jafetz Jaím que muchos judíos se alejaron a causa de la expresión que «es difícil ser judío». Si bien es cierto que nuestra ley es muy exigente con nosotros, sin embargo, el sentir el judaísmo como una «dificultad», un escollo o una fatiga, provoca en uno mismo y en los oyentes (muchas veces los propios hijos) un sentimiento de rechazo. Ser judío, más allá de la complejidad de ciertos preceptos, es fundamentalmente un orgullo y un privilegio, y, sin duda, un desafío.

¿Lloran los hombres? No tiene nada de malo. Solo depende del porqué.

Daniel Oppenheimer


Segundo comentario

«Estas son las palabras que hablo Moshe a todo Israel» (Devarim 1:1)

Existen dos tipos de personas. Por un lado las personas que reflexionan sobre sus actos y meditan sobre sus caminos. En el otro extremo estan los que viven «anestesiados», su mente inmersa en la rutina sin detenerse a pensar hacia donde van. En la parasha y en la haftara (lectura de los profetas) de esta semana encontramos a estos dos tipos bien definidos.

Los hombres pensantes eran la generacion del desierto, a quienes Moshe solamente tuvo que insinuar los pecados que cometieron mencionando los lugares por los que pasaron para que ellos entendieran el mensaje y se arrepintieran. A buen entendedor…pocas palabras. Estas palabras (devarim) tan sutiles fueron suficientes para que entendieran.

En contraposicion, Ishaiahu el Profeta reprocha al pueblo en esta haftara y les dice: «El toro reconoce a su dueño y el burro su bebedero, pero Israel no sabe, mi pueblo no reflexiona». Es decir, compara al hombre, cuspide de la creacion, al toro y al burro, simples criaturas animales. Y todo esto, por que? El toro o el burro cumplen su funcion por instinto propio, en cambio la calidad del ser humano esta dada por su poder de eleccion, su capacidad de reflexion. Cuando la utiliza, es considerado la corona de la creacion. En caso contrario se dice que «el mosquito esta por sobre el», el hombre desciende en la escala y se situa por debajo del reino animal.

La generacion del desierto erro en mas de una ocasion, pero ante la incentiva de su inigualable lider – Moshe Rabenu – reflexiono y se avergonzo. Muchas generaciones mas tarde, hizo falta que el profeta Ishaiahu los reprochara haciendo un paralelo con la conducta del animal. Y todo esto, por que? Porque «Israel no sabe, mi pueblo no reflexiona».

En esta epoca en que rememoramos tantos sucesos aciagos acaecidos a nuestro pueblo, es importante detenernos a reflexionar. Es ese poder de reflexion el que nos ayuda a gobernar nuestros impulsos y a elevarnos a niveles mas altos. Estudiemos al respecto con avidez las profundas enseñanzas que nuestros Sabios nos regalan a manos llenas en sus libros de Musar (Etica y buen comportamiento). No dejemos de aprovechar sus enseñanzas!

(Basado en Ialkut Lekaj Tov)

Tercer comentario – Shabat de Visión

Y solo, yo, Daniel, vi la visión, pero la gente conmigo no la vio; con todo, un gran terror cayó sobre ellos, y huyeron a ocultarse.

— Daniel 10:7

Pero si no vieron la visión, ¿por qué estaban aterrorizados? Porque si bien ellos mismos no vieron, sus almas sí vieron.

— Talmud, Meguilá 3a

En el noveno día del mes de Av (Tishá BeAv) ayunamos y guardamos duelo por la destrucción del Gran Templo de Jerusalén. Tanto el Primer Templo (833-423 antes de la era común) como el Segundo (-353 a 69 de la era común), fueron destruidos en esta fecha. El Shabat que precede al día de ayuno se llama «Shabat de Visión» (Shabat Jazón), pues en éste leemos un capítulo de los Profetas denominado «Visión de Isaías»[1].

Pero el nombre de «Shabat de Visión» también tiene un significado más profundo, expresado por el maestro jasídico Rabí Leví Itzjak de Berdichev [2] con la siguiente metáfora:

Un padre preparó cierta vez un hermoso traje para su hijo. Pero el niño descuidó el regalo de su padre y el traje pronto estuvo convertido en harapos. El padre dio al niño un segundo traje; también ése fue arruinado por la negligencia del niño. Entonces el padre hizo un tercer traje. Esta vez, sin embargo, no se lo dio a su hijo. De vez en cuando, en ocasiones oportunas y especiales, le muestra el traje al niño, explicándole que cuando aprenda a apreciar y cuidar adecuadamente el regalo, se lo dará. Esto induce al niño a mejorar su comportamiento, hasta que gradualmente se convierta en su segunda naturaleza, momento en el que será digno del regalo de su padre.

En el «Shabat de Visión», dice Rabí Leví Itzjak, a todos y cada uno de nosotros se le otorga una visión del tercer y final Templo, una visión que, para parafrasear al Talmud, «aunque nosotros mismos no la vemos, nuestras almas sí la ven». Esta visión evoca una profunda respuesta en nosotros, aun si no estamos conscientemente percatados de la causa de nuestra súbita inspiración.

La Morada Divina

El Gran Templo en Jerusalén era el asiento de la presencia manifiesta de Di-s en el mundo físico. Un principio básico de nuestra fe es que «La tierra está colmada de Su presencia» [3] y «No hay lugar vacío de El» [4]; pero la presencia e involucración de Di-s en Su creación está enmascarada por los en apariencia independientes y arbitrarios caprichos de la naturaleza y la historia.

El Gran Templo era una brecha en la máscara, una ventana a través de la cual Di-s irradiaba Su luz al mundo. Allí, la involucración de Di-s con nuestro mundo era manifiestamente mostrada por un edificio en el que los milagros eran parte «natural» de su funcionamiento diario [5] y cuyo espacio mismo expresaba la absoluta condición infinita y todo-saturante del Creador [6]. Allí, Di-s Se mostraba al hombre y el hombre se presentaba ante Di-s [7].

Dos veces se nos dio el regalo de una morada Divina en nuestro medio. Dos veces fracasamos en la tarea de estar a la altura de este regalo y hemos desterrado la presencia Divina de nuestras vidas. De modo que Di-s construyó para nosotros un tercer templo. A diferencia de sus dos predecesores, que eran de construcción humana y por lo tanto sujetos a la degradación por los equívocos del hombre, el Tercer Templo es tan eterno e invencible como su omnipotente arquitecto. Pero Di-s nos ha negado momentáneamente este «tercer traje», confinando su realidad a una esfera celestial más alta, más allá de la vista y experiencia del hombre terrenal.

Cada año, en el «Shabat de Visión», Di-s nos muestra el Tercer Templo. Nuestras almas perciben una visión de un mundo en paz consigo mismo y con su Creador, un mundo bañado por el conocimiento y la conciencia de Di-s, un mundo que ha concretado su potencial Divino de bondad y perfección. Es una visión del Tercer Templo en el cielo -en su estado espiritual y escurridizo- como el tercer traje que el padre del niño ha hecho para éste pero lo retiene de él. Pero también es una visión con una promesa, una visión de un suspendido templo celestial para descender a la tierra, una visión que nos inspira a corregir nuestra conducta y acelerar el día en que la visión espiritual se convierta en una realidad táctil.

A través de estas repetidas visiones, vivir en la presencia Divina se vuelve cada vez más una «segunda naturaleza» en nosotros, elevándonos progresivamente al estado de mérito para experimentar lo Divino en nuestras vidas diarias.

Casa Para Vestir

Las metáforas de nuestros Sabios continúan hablándonos mucho después que la substancia de su mensaje se ha asimilado. Debajo de la superficie del sentido más obvio de la metáfora se ocultan capas tras capas de significado, en las que cada detalle de la narración es significativo.

Lo mismo se aplica a la metáfora de Rabí Leví Itzjak. Su significado básico es claro, pero muchos pensamientos sutiles yacen ocultos en sus detalles. Por ejemplo: ¿Por qué, podríamos preguntar, son retratados los tres templos como tres trajes? ¿No sería más apropiado el ejemplo de un edificio o de una casa?

La casa y el traje, ambos, «albergan» y envuelven a la persona. Pero el traje lo hace de una manera mucho más personal e individualizada. Mientras es cierto que las dimensiones y el estilo de una casa reflejan la naturaleza de su ocupante, lo hacen de una manera más generalizada, no tan específica e íntima como un traje se ajusta a quien lo viste.

Por el otro lado, la naturaleza individual del traje limita su función al uso personal de uno. Una casa puede alojar a muchos; un traje sólo puede vestir a una persona. Puedo invitarte a mi casa, pero no puedo compartir mi traje contigo: aun si te lo doy, no te sentará como me sienta a mí, pues él se «ajusta» a mi medida.

Di-s eligió revelar Su presencia en nuestro mundo en una «morada», una estructura comunal que va más allá de lo personal para abrazar a todo un pueblo y a la comunidad humana por entero. Con todo, el Gran Templo en Jerusalén también tuvo ciertos aspectos similares a la ropa. Son estos aspectos los que Rabí Leví Itzjak desea enfatizar al retratar el Gran Templo como un traje.

El Gran Templo era una estructura altamente compartimentada. Había un Sector Femenino y un sector reservado a los varones, un área restringida a los kohaním (sacerdotes), un «santuario» (heijal) imbuido con una santidad mayor que los «sectores», y el «Santo de Santos», una cámara a la que sólo el Sumo Sacerdote podía ingresar y sólo en Iom Kipur, el día más sagrado del año. El Talmud enumera ocho dominios de santidad variante dentro del complejo del Templo, cada uno con su diferente propósito y función. En otras palabras, aunque el Templo expresó una única verdad -la todo-penetrante presencia de Di-s en nuestro mundo- lo hizo para cada individuo de una manera personalizada. Aunque era una «casa» en el sentido de que servía a muchos individuos – de hecho, el mundo entero- como su punto de reunión con lo infinito, cada individuo lo encontró un «vestido» hecho a medida de sus necesidades espirituales específicas, acordándole una relación íntima y personal con Di-s.

Cada año, en el Shabat anterior a Tishá BeAv, se nos muestra una visión de nuestro mundo como un hogar Divino, un lugar donde todas las criaturas de Di-s experimentarán Su presencia. Pero ésta es también una visión de un «traje» Divino, la relación claramente personal con Di-s, amoldada particularmente a nuestras aspiraciones y carácter individual, que cada uno de nosotros disfrutará cuando el Tercer Templo Divino descienda a la Tierra.

— Basado en Likutéi Sijot, Vol. XXIX, págs. 18-25

Notas:
1. Isaías 1:1-27. Esta lectura es la tercera de una serie llamada «Tres de Reprimenda» que se lee en los tres Shabatot que preceden al 9 de Av (véase «Distanciamiento Intimo», en «El Rebe Enseña» #186).
2. 1740-1810.
3. Isaías 6:3.
4. Tikunéi Zohar, Tikún 57.
5. Pirké 5. Pirké Avot 5:5.
6. El Talmud (Iomá 21a) relata que el Templo y su moblaje desafiaban la más fundamental de las características de los objetos físicos -que ocupan un espacio- en que «el espacio del arca no era parte de la medida». La cámara que alojaba al arca que contenía las tablas sobre las que se escribieron los Diez Mandamientos medía 20 codos (aprox. 10 metros) por 20 codos; el arca misma medía 2,5 x 1,5 codos; sin embargo, la distancia desde cada una de las paredes exteriores del arca hasta la
paredes de la sala era de exactamente 10 codos, significando que el arca, aunque él mismo un objeto físico con dimensiones espaciales, no ocupaba nada del espacio de la sala.
7. Exodo 23:17, según Talmud, Sanhedrín 4b.

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Parashat Devarim – 4 de Av 5769 – Shabat Jazon

Una pequeña diferencia

Hay muchas personas que estudian en Tisha BeAv (el ayuno del 9 de Av) las Agadot de la destrucción del Beit HaMikdash (El Templo). A veces, se nos ocurre pensar: ¡Tantos paralelos se pueden encontrarse entre lo que ocurrió en aquel entonces y lo que estamos viviendo hoy en día! Ya sea en el plano moral-social, o casos de corrupción en el gobierno, o en las relaciones entre las personas y en la relación del Pueblo Judío y su D’s. A veces, tal parece que parte de esas Agadot que describen la insensibilidad de la persona para con su prójimo, que pintan con colores negros la célula familiar y la falta de responsabilidad mutua – es como si hubiesen sido escritas para nuestra época. El odio gratuito y las diferencias sociales no nos son extraños, lamentablemente. Nuestro corazón se parte leyendo esas Agadot: ¿Quizás también nosotros nos encontramos – D’s no lo permita – frente a un destino semejante al de los habitantes de Ierushalaim en aquel entonces?

Así es en la vida, los extremos opuestos se parecen mucho. La niñez y la ancianidad, el nacimiento y la muerte, surgen en el mundo a través de los mismos útiles. La sangre del parto nos recuerda la sangre de la muerte, y los dolores de parto son tan difíciles como una agonía. El niño que acaba de nacer, débil y dependiente de su entorno, es semejante a un anciano que se encuentra en su último día sobre la tierra. El principio y el fin se asemejan mucho.
Los acontecimientos que fueron síntoma del principio de la amarga galut (exilio), vuelven a repetirse hoy en día, pero esta vez son señal del principio de la gueulá (Redención): “En la generación en que llega el hijo de David la asamblea se transforma en una casa de vergüenzas, el Galil será desolado y sus habitantes andarán de ciudad en ciudad, sin que nadie se apiade de ellos. La sabiduría de los escribas se adulterará, los temerosos de D’s serán despreciados, el rostro de la generación será como la cara de un perro, y la verdad será escasa… los jóvenes avergonzarán a los sabios, los sabios se pararán frente a los menores, la hija se revelará frente a su madre, la nuera frente a su suegra…” (Derej Eretz Zuta 10).
Todo parece un descalabro moral total, que es una señal de la pérdida de la existencia judía. Muchos pecan en su incapacidad de diferenciar entre un tipo de sangre y otro, entre la sangre del nacimiento y la sangre de la muerte, e inundan al público con apreciaciones equivocadas que siembran la desesperación y el temor, como si nuestros sufrimientos y caídas no tuviesen remedio alguno. Y a pesar de ello, los sabios de Israel – con su aguda capacidad de análisis – nos enseñan que lo que nos parece la sangre de la muerte, es en realidad la sangre del nacimiento, son los sufrimientos que anteceden al Meshiaj (Mesías), y no los suplicios de la agonía. Nuestros problemas, son los problemas de un nuevo comienzo.
“‘Forzando la nariz sale sangre’ (Mishlei 30:33) – todo discípulo cuyo Rav se enoja con él por primera vez y calla, se hace merecedor de diferenciar entre la sangre impura y la sangre pura” (Brajot 63B).
La sangre impura es la sangre que expresa el cesado de la existencia, la pérdida de vida o la imposibilidad de traer vida al mundo. Es muy importante saber identificarla y ser conciente que se trata de una sangre que está relacionada con el cese de la existencia, que aleja a los cónyuges, una sangre que no encierra ninguna esperanza de vida.
La sangre pura, en contraste, es una sangre que anuncia la llegada de la vida – y es una sangre que nos confunde mucho. El que observa las cosas desde un punto de vista común, le parece sangre impura, muy semejante en su apariencia a esa sangre que expresa el fin. Y el que no se hizo merecedor de diferenciar bien entre ellas, puede definirla enseguida como una sangre impura. Ese error de identificación produce un daño enorme, porque se trata de una sangre pura, una sangre de vida, que lo correcto sería definirla como tal para saber que nos encontramos frente a una oportunidad de añadir vida y bendición.
No todo discípulo se hace merecedor de diferenciar entre la sangre pura y la impura, de diferenciar entre la sangre que anuncia una nueva vida y la sangre que cierra los portones de ella. Por la forma parecida de ambas, y por la apariencia amenazante, con facilidad se puede definir todo tipo de sangre como impura. Se necesita una habilidad especial para diferenciar, se necesita una mirada muy aguda para entender que más allá de la sangre surge la vida. Se necesita fe y valentía para decir: ¡Es pura!
La Gmará habla de una persona que será capaz de diferenciar entre los distintos tipos de sangre: “Todo discípulo cuyo Rav se enoja con él por primera vez y calla”. También el enojo – como la sangre – es algo desagradable. No es agradable encontrarse en una situación en la que alguien se enoja, sobre todo cuando el enojo es contra nosotros. Por lo general, una persona cuyo Rav se enoja con él lo interpreta como un ataque personal, como un intento de herirlo – y por ello, enseguida se justifica a sí mismo. Lo que él piensa, es ¿cómo haré para apaciguar el enojo?
El discípulo que es descrito en este caso, reacciona de otra forma. Él es capaz de diferenciar entre un enojo que tiene por objetivo criticarlo e incluso rebajar su valor, y otro tipo de enojo, que proviene del amor de su Rav que desea su éxito. Un enojo que por fuera parece igual a todos los enojos del mundo, pero por dentro está colmado del amor del Rav por su alumno. Él logra entender que el enojo es síntoma de vida.
Ese alumno no se deja impresionar por el aspecto exterior, logra penetrar la capa superficial y descubre que ese enojo nació por su bien. Por ello, él calla, no protesta en contra de su Rav y analiza en lo profundo, intenta corregir su falla. Una persona como esa – promete la Gmará – no se aterrorizará cuando vea la sangre, analizará en profundidad y descubrirá que hay una sangre que es pura – la sangre que anuncia la llegada de la vida.
Esas sangres son una alegoría, cuando en realidad estamos hablando de todos los incidentes nada sencillos que están ocurriendo en nuestra vida: Para el que se fija sólo en el aspecto exterior de las cosas parecen síntomas que anuncian la destrucción cercana, pero los que son capaces de un análisis agudo optimista lograrán ver en ellos destellos de esperanza.
El rey David se define a sí mismo como el que toda su vida se ocupó de intentar definir qué sangre es impura y cual no: «D’s, ¿acaso no soy un Jasid (piadoso)? Cuando todos los reyes del oriente y el occidente se sientan agrupados con gran honor, yo ensucio mis manos con la sangre de las placentas y fetos para purificar a las esposas…» (Brajot 4A).
El rey David – de cuyo linaje llegará el Meshiaj – dice que su tarea más importante es identificar la sangre pura, para purificar a las esposas. La capacidad de diferenciar entre lo que parece a primera vista como problemático, pero en realidad es un síntoma de vida, es la capacidad del Meshiaj que redime al mundo.
Bienaventurado es el que sabe diferenciar entre la sangre pura y la sangre impura, entre las dificultades del fin del camino y los síntomas del principio de un camino nuevo. El día de Tisha BeAv de nuestra época no es sólo una expresión de duelo y desesperación, contiene también la esperanza de la gueulá plena que llegará pronto.

Rav Lior Engelmann

Parashá Devarim (Palabras). 4 Av 5769 (25 de Julio 2009)

Rabí Israel Baal Shem Tov enseñó que de cada cosa que uno ve o escucha debe tomar una enseñanza para su servicio a Di-s.

“EL PALACIO Y LAS PALOMAS”
Escribí esta carta a un joven judío que viajaría a la India, en busca de espiritualidad.

Había una vez un rey cuyo palacio fue destruido por hordas bestiales. Por la madera y la piedra, el rey no derramó lágrimas. Pero por la pérdida de las joyas de la corona, que habían pasado a través de las generaciones, no hallaba consuelo.

El rey reunió a sus consejeros y ninguno le brindó alivio. Las joyas estaban diseminadas por todos lados. Las más preciosas fueron llevadas a los puntos más remotos del globo. El rey tenía una hija muy querida. Ella con su inteligencia vio lo que debía hacerse. El rey y su hija entrenaron muchas palomas para que supieran retornar al palacio, reconocer las joyas de la corona y traerlas de nuevo. Cada día, liberaban a las palomas y algunas descubrían las joyas que estaban dispersas y las traían de vuelta a casa. El rey estaba feliz. La hija del rey las envió más lejos, y nuevamente regresaron, trayendo consigo algunas de las joyas que su padre había perdido. Pero las más valiosas, que se hallaban en los rincones más lejanos, todavía no se habían recuperado. Las palomas no se aventuraban lo suficientemente lejos como para encontrarlas- estaban ansiosas por retornar. La hija del rey sabía qué era lo que debían hacer, pero no podía decírselo a su padre, pues era algo muy duro, peligroso, horrible. Pero él miró en los ojos de su hija y supo. El rey destruyó su palacio otra vez, lo demolió hasta la base, removiendo cada centímetro. Cuando las palomas trataron de retornar, no encontraron nada, sólo una pastura vacía con piedras dispersas y maderas ardiendo. Estaban hambrientas y extrañaban mucho su hogar. Hasta que las palomas más osadas viajaron muy lejos, y encontraron otros palacios, y en ellos hallaron las más preciosas joyas ocultas del rey, las tomaron, las lustraron y las guardaron bajo sus alas. Y a la noche lloraron, pues sabían que ese no era su hogar. Ahora llegó el momento de que retornen.
***
El gran cabalista Rabí Itzjak Luria, el Ari Hakadosh, nos enseñó que no existe nada en el mundo que no posea una chispa Divina. Aún la oscuridad más profunda que hace todo lo posible para enfrentarse a su Creador, contiene una chispa Divina. Y la necesita, pues sin ella, no podría existir siquiera por un instante. ¿Por qué hay maldad? Pues esa chispa es tan oculta, que su única forma de expresión es ser el opuesto de lo que realmente es. Pero el Maguid de Mezritch enseñó que se trata de las chispas más elevadas que cayeron en el lugar más alejado a su fuente. El Arí describe a la Torá y a los judíos como el vehículo a través del cual estas chispas se reconectan con su fuente.
En nuestra historia, el patrón de la destrucción y exilio se repitió. Comenzamos en el exilio, en Egipto. Luego sufrimos la destrucción del Templo y el destierro a Babilonia. Después se destruyó el Segundo Templo, y sobrevino un largo exilio en el que aún permanecemos. No existe otra nación que haya sido diseminada entre tantos puntos lejanos y que haya mantenido su identidad, siempre con la esperanza de regresar. Todo ello es parte del Plan Divino, para restituir todas las chispas Divinas. Y es lo que hemos hecho, pues en cada sitio donde estamos, vivimos de acuerdo a las enseñanzas de la Torá.
Antes, si un judío buscaba un guía para encontrar su camino a Di-s, o hallar espiritualidad, estaban los grandes Tzadikim, justo a la vuelta de la esquina. Pero desde que este desvío bizarro comenzó, cuando un alma judía desea encontrar sentido, va a beber de manantiales ajenos. Mas nunca se sentirá satisfecha, pues no son propios. Un alma que ha vivido por más de 3300 años inmersa en la espiritualidad, no puede soportar el seco y lejano territorio. Y, por más insondable que sea, este es en realidad el propósito.
Pero ahora, ha llegado el momento de retornar a casa.
(Rabbi Tzví Freeman).
¿Qué Aprendemos esta Semana de la Parshá?

“EL REPROCHE ESTÁ OCULTO, EL AMOR REVELADO”
“Estas son las palabras que habló Moshé” (Devarim 1:1)

El Libro de Devarim abre con las palabras de reproche por parte de Moshé hacia los israelitas, por los pecados que transgredieron durante los cuarenta años de su deambular por el desierto. Relata los episodios que tuvieron lugar con el pueblo, y palabras de amonestación.

Sin embargo, nuestros Sabios z”l1 dicen que las palabras de reproche están insinuadas ya en el primer versículo que parecería sólo indicar el lugar donde habló Moshé 2: “estas son las palabras que habló Moshé… en el desierto, en la llanura, frente al Suf, entre Parán y Tofel, Laván y Jatzerot y Dí Zahav” Estos lugares especificados en el texto aluden a los diferentes pecados de los israelitas, y parte de los nombres no son nombres de lugar alguno, sino tan sólo alusión a pecados cometidos.

EXPOSICIÓN DE UNA DEFENSA

Por ejemplo, uno de los lugares mencionados es “Di Zahav”. No encontramos lugar alguno con esta denominación en todo el relato de los viajes de los israelitas por el desierto, puesto que no hubo lugar llamado “Dí Zahav”. Por ello, Rashi explica que este nombre alude al pecado del becerro de oro: “los amonestó por el becerro que hicieron a causa del numeroso oro que tenían en su poder”3 (dí en hebreo: suficiente, Zahav: oro)
Moshé escoge recordar todos estos pecados sólo con insinuaciones como Rashi explica: “los mencionó disimuladamente en aras del honor de Israel”. Puede agregarse que Moshé no se dio por satisfecho sólo con hacer alusión a los pecados de manera velada, sino que también eligió insinuaciones tales que incluyan una defensa del pueblo de Israel.

DURAS PRUEBAS

El término “en el desierto” utilizado en el texto alude a “por lo que lo encolerizaron en el desierto”, pero esto también incluye implícitamente una defensa: siendo que los israelitas se encontraban en el desierto, definido como “el gran y terrible desierto, (lugar de)víbora y escorpión, y de sed, donde no hay agua”4, situación que coloca al hombre frente a una dura prueba, por ende no se debe culparlos tanto por haber enojado ahí al Altísimo.
A continuación dice Moshé: “en la llanura”. Rashi explica: “Por la llanura donde pecaron con el (ídolo de) Baal Peor, en Shitim, en las llanuras de Moab”. Sabemos que el pueblo Moabita traza su ascendencia hasta la hija mayor de Lot, la que “no era recatada” y “publicitó que él provenía de su padre”5. Está claro que ese era un lugar propicio para la inmoralidad, y por ende la prueba era muy grande, y hay ahí una defensa de los judíos.
A continuación, Moshé prosigue: “frente al Suf”. Esto alude “a lo que se rebelaron frente al Mar del Suf, cuando llegaron al Mar Rojo” Está claro que aquí había implícita una defensa, puesto que los judíos se encontraban en una situación extremadamente difícil, donde no se vislumbraba posibilidad alguna de salvarse por la vía natural, y puede que por ello “se rebelaron en el Mar Rojo”

EL HONOR DE LOS JUDÍOS

También en referencia al pecado del becerro de oro Moshé insinuó una defensa, al aplicarle el término “Dí Zahav”. Cuando Moshé suplicó frente al Altísimo que perdone al pueblo de Israel por el pecado del becerro dijo: “Tú fuiste el causal, que les brindaste oro y todos sus deseos. ¿Qué pueden hacer para no pecar?” Resulta entonces que también en esto hay una defensa: el pecado fue causado por el numeroso oro recibido, que hizo perder la cabeza a Israel.
Aprendemos de esto hasta qué punto debe uno ser cuidadoso del honor de los judíos, que también cuando se los reprocha por sus transgresiones, debe hacérselo veladamente, e incluso encontrar argumentos en su defensa, puesto que también el descenso espiritual del pueblo de Israel es en aras del ascenso que sigue, un ascenso que alcanzará su perfección con la verdadera y completa redención a manos del Mashíaj.
(Likutei Sijot Tomo 14, Pág.1)

NOTAS: 1.Son citados sus comentarios en la explicación de Rashi sobre el versículo 2.Devarim 1:1 3.Ver Rabenu Bejaie aquí 4.Devarim 5:15 5.Explicación de Rashi Bereshit 19:37


¡AHORA COMPRENDO!

Es conocida la anécdota que relata que Napoleón salió una noche vestido de hombre simple, y caminando llegó al barrio judío. Para su sorpresa, encontró a todos los judíos reunidos en la Sinagoga, sentados en el piso, libros en sus manos, de los cuales leían en voz baja, con una triste melodía. Algunos sollozaban, otros suspiraban. Napoleón no salía de su asombro. Sabía que no había expedido ningún decreto en contra de los judíos. Cuando preguntó acerca del por qué de la tristeza y el llanto, le explicaron que este duelo es guardado por la destrucción del Beit HaMikdash, sucedida hace casi dos mil años. Al escuchar esto, el emperador exclamó: “¡Ahora entiendo por qué son un pueblo eterno. Han visto pasar grandes imperios, que estuvieron en la cima de su grandeza, sin embargo cayeron sin volver a levantarse. Estoy seguro de que ustedes permanecerán a través de las épocas y finalmente retornarán a la Tierra de Israel, reconstruyendo el Templo. No sé cuando sucederá. Quizás en un año, un siglo o dos, pero estoy seguro de así será!”

* por el Rav Iosef I. Feigelstock

Parashá Devarim (Palabras). 4 Av 5769 (25 de Julio 2009)

Resumen de la Parashá

Con esta parashá comenzamos la lectura del último libro de nuestra Torá: Devarim (Deuteronomio). Moshé se dirigió al Pueblo reseñando a la nueva generación que entraría a la Tierra de Israel, los acontecimientos y vivencias ocurridos a los Benei Israel durante los cuarenta años de transitar en el desierto.

Les recordó cuando en el monte Jórev el Eterno les ordenó levantar el campamento y proseguir su camino hacia la tierra de Canaán. Fue entonces, que Moshé sintió la imposibilidad de continuar sólo soportando la carga del liderazgo, por lo que designó jueces y administradores para ayudarlo en su ardua misión. Así, organizó social y judicialmente al Pueblo y promulgó leyes para los jueces.

Moshé les recuerda el momento en que les mostró la Tierra Prometida y designó enviados, uno por cada tribu, para investigar la Tierra, y cuando regresaron los espías, desanimaron al Pueblo de Israel con un informe negativo, hablando mal sobre la Tierra que el Todopoderoso prometió a los Benei Israel y éstos cayeron en el pecado y no confiaron en Hashem. Este hecho provocó el enojo del Todopoderoso, Quien los castigó con no entrar a Eretz Israel que la peregrinación por el desierto se extendiera en el tiempo, lapso en el que murió la vieja generación, salvo Caleb y Yehoshúa. También la irritación fue contra Moshé y nombró como sucesor a Yehoshúa hijo de Nun, quien entraría al Pueblo a la Tierra de Israel.

Los israelitas acamparon en el Monte Seír. De allí continuaron su recorrido a través de la tierra de Edom, tierra prometida a los descendientes de Esav, no debiendo guerrear con sus habitantes ni tampoco con los Moab, tierra destinada a los descendientes de Lot. Pero sí tuvieron que luchar contra Sión, rey de Jeshbón, derrotándolo, pues no había permitido el paso del Pueblo por su territorio. Lo mismo ocurrió con Og, rey de Basán.

También recordó Moshé que el territorio de Guilad había sido destinado para las tribus de Reuvén, Gad y parte de Menashé, pero con la condición de que debían unirse al resto del Pueblo para conquistar Canaán.

Por último, Moshé alentó a Yehoshúa a no temer a las naciones que habitaban en Eretz Israel, ya que el Eterno pelearía por los Benei Israel.

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